domingo, 25 de marzo de 2012

El baúl de las emociones


Sucedió una tarde lluviosa del mes de marzo. No recuerdo de qué año, pero sí que fue hace mucho, mucho tiempo…

Apoyada en el quicio de la ventana veía cómo la lluvia incesante empapaba el jardín, mientras las gotas que caían en la fuente que lo presidía formaban círculos concéntricos en el agua estancada.

En mi habitación, montones de libros apilados en desorden; algún que otro muñeco de felpa sobre la cama y la caja de música sobre la mesa. Inconscientemente levantaba su tapa para ver a aquella bailarina danzar sobre un alambre al son de la música. La abría y la cerraba de nuevo. Sólo unos instantes…

Mientras, observando todo aquello, mi mente vagaba por aquellos lejanos mundos que había conocido a través de tantas lecturas.

Sin saber bien porqué, me encaminé al desván. Aquel era mi refugio; solía subir con mis papeles, con mis lápices de colores y mis libros, para dedicarme a lo que más me gustaba: pintar. Pero aquel día no los llevaba conmigo. Supongo que sólo quería estar sola en el lugar donde realmente me sentía bajo cobijo. Subí lentamente las escaleras. Mis pisadas hacían rechinar la madera. No importaba; no había nadie en la casa y nunca sabrían que, de nuevo, me había escondido allí.

También rechinó la puerta cuando, tras girar el pomo, tuve que empujarla suavemente para acceder a la habitación. La conocía palmo a palmo, centímetro a centímetro y, como siempre hacía, fui directa a sentarme en el suelo, con la espalda apoyada sobre aquel viejo baúl de madera. Era reconfortante. Me sentía tranquila y una paz interior invadía todo mi cuerpo. Respiré hondo. Cerré los ojos e imaginé, al igual que otras tantas veces, qué era lo que podía guardar aquel baúl. Nunca lo había abierto; siempre prefería dejar volar mi imaginación infantil y, en el fondo, creo que tenía miedo de que, al ver su contenido, sufriera una gran desilusión.

Sin embargo, ese día de marzo era especial; no sé muy bien porqué, pero armándome de valor, me dispuse a levantar suavemente la tapa del mueble para, con más temor que curiosidad, observar por unos segundos lo que él escondía. Sólo sería un poquito; lo justo para, de rodillas, mirar levemente en su interior…

Mis dedos temblaban. Toda yo temblaba.  Con suma delicadeza, coloqué mis manos entre la tapa y el cuerpo del baúl y, al tratar de levantarla, ella misma se abrió de golpe inundando la habitación  de luz.

Todos los colores  se hallaban dentro: toda la gama de rojos, azules, amarillos, verdes…; incluso el negro estaba en su interior.

Fui cogiéndolos uno a uno. Primero, el azul-siempre ha sido mi color preferido- . Una enorme alegría invadió mi cuerpo. Decidí cambiarlo por el rojo: ¡Qué sorpresa! Poco a poco, mi cuerpo y mi mente se aceleraron y, comencé a cambiar de color mientras me embargaban distintas emociones. Cogí el amarillo, pero lo solté rápidamente porque comenzaba a sentirme triste; también tuve que deshacerme enseguida del gris ya que me dio tanto asco que sólo fui capaz de tenerlo entre mis dedos unos solos segundos… Lo cambié por el verde; no estaba mal, pero, sin saber bien porqué, la alegría que había sentido unos minutos antes se empezaba a transformar en enfado. Y entonces comprendí que ese era un baúl de un valor incalculable ya que en él se recogía todo lo que yo misma era capaz de sentir.

A partir de entonces, cada día, subía al desván, abría el baúl y elegía el color que necesitaba…


Con los años, dejé de hacerlo. Las preocupaciones, obligaciones y demás características de la edad “adulta”, hicieron que me olvidara de él.

Hoy, lo he vuelto a  abrir.

4 comentarios:

  1. En el fondo, por mucho que me queje, de la humanidad, del hombre, de su falta de responsabilidad, de la creencia deifica que poseemos sobre todas las cosas que nos rodean, etc, me sigue pareciendo increíblemente maravilloso que seamos capaces de abrir ese baúl de los colores y pensar que con ellos podemos pintar todo aquello que nuestra verdadera imaginación, esa que llamamos infantil, nos sugiera.
    Que el arco iris sea, entonces, nuestra paleta de óleos y seamos capaces de pintar nuestras vidas de verdaderos colores.
    Abramos, por fin, cada uno de nosotros, su propio baúl.

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  2. Que así sea, Max...
    La vida sin colores, sin emociones y sentimientos, se vuelve gris y pierde su sentido. Tal vez cueste tomar la decisión de coger esa paleta, pero, una vez que la tienes en tus manos...¡resulta tan difícil abandonarla!

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  3. Pintemos, entre todos, el mejor cuadro universal. Un solo cuadro donde cada persona deja huella y pincelada. Un cuadro para compartir un proyecto: mejorar el mundo y pintarlo de colores!
    Me encantó la historia Elisa. Creo que la contaré a los chicos de mi colegio para inventar, imaginar y crear un mundo mejor. Gracias.

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  4. ¡Es toda tuya! Y, así, entre todos, podremos colorear el mundo...

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