miércoles, 4 de abril de 2012

La emoción de la tristeza

Ayer, hablaba de la tristeza de forma personal y, quién sabe si por esa razón, hoy me siento en la "obligación" de escribir sobre ello de una manera más objetiva y academicista (siempre dentro de mis posibilidades que, por mis conocimientos y mi forma de ser, no creo que sean muchas...)

Bien, tal vez podríamos considerar que la tristeza, junto al enfado, es la menos "seductora" de las emociones; pero, la diferencia entre ambas es que, a veces, cuando sentimos la segunda de ellas y se nos "nubla la razón", podemos incluso llegar a pensarnos poderosos; pues, ¿quién no se ha crecido en un momento de enfado?, y, si no es así, ¿por qué los personajes de aquellos dibujos animados que veíamos cuando éramos pequeños, se hacían grandes y se curvaban ante su "presa" cuando se enfadaban? Sin embargo, la tristeza siempre ha estado asociada a lo negativo, a empequeñecernos; si vemos a alguien cabizbajo caminando por la calle, está triste, pero nunca se nos ocurriría pensarlo de una persona que anduviese con la espalda erguida y bien derecha... 

También el origen de ambas puede tener algo que ver; si bien es cierto que la tristeza surge por el distanciamiento, la separación o la pérdida del vínculo e incluye el sentimiento de ser dejado de lado o una sensación de no pertenecer, puede aparecer también cuando no nos sentimos capaces de expresar o comunicar nuestros sentimientos o, incluso, cuando tenemos la idea de fracaso o de desengaño. Y es en este último punto en el que coincide con el enfado.

La tristeza, provocada por cualquiera de los pensamientos citados con anterioridad, nos sume en un período de retiro y de duelo necesario para asimilar nuestra pérdida. Cuando esto surge, solemos reaccionar de diversas maneras: hay quien lo hace acercándose a otro en busca de auxilio y consuelo y, por el contrario, los hay que prefieren retraerse en sí mismos para recuperarse de la pérdida. Cualquier opción es buena; no hay una mejor que otra. Lo importante es que esa actuación, la que nosotros elijamos, nos ayude a realizar los ajustes psicológicos apropiados para establecer nuevos planes que permitan que nuestra vida siga adelante. Y esto lo conseguiremos enfrentándonos al dolor. Debemos permitírnoslo, aceptarlo, experimentarlo y, muy importante, expresarlo para poder llevarlo a su fin.

Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional habla de un estudio de Diane Tice, psicóloga de la Case Western Reserve University (California), en el que se preguntó a más de cuatrocientas personas sobre las diferentes estrategias que utilizaban para superar los estados de ánimo angustiantes y sobre el grado de éxito que éstas les procuraban. Finalmente, Tice hace hincapié en la variedad de estrategias que tenemos para afrontar la tristeza y que, al igual que ocurre con cualquier otro estado de ánimo, la tristeza tiene sus facetas positivas.

Aún así, y sabiendo que la emoción de la tristeza es útil y nos hace avanzar en nuestra vida, es necesario aprender a gestionarla ya que, en ocasiones, cuando dejamos de controlarla, se convierte en una fuerte carga emocional llamada melancolía a la que, en los últimos años, denominamos "depresión". Y ésta sí que no resulta nada útil... 

De esta forma, permitámonos llorar, sufrir el duelo, sentirnos tristes, expresar esa emoción, gestionarla, aprender de ella y levantarnos como el Ave Fénix para alzar el vuelo hacia nuevas y maravillosas metas... 

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