jueves, 5 de abril de 2012

La importancia de la música

Había llegado allí cobijándose de una de esas tormentas veraniegas tan típicas de su ciudad. Al abrir la puerta del local, un fuerte olor a humedad y humanidad le frenó en seco. No, no sería conveniente quedarse ahí, en la calle; estaba calado hasta los huesos. Dejando de lado el asco que aquello le producía, abrió con fuerza la puerta y se dirigió a la barra.  Como siempre, un café con leche. En vaso. Leche caliente. Sacarina.

Mientras el portafolios que llevaba debajo de su axila izquierda trataba de escurrirse y caer al suelo, él miraba fijamente el vaso de café que, en la otra mano, tintineaba con la cuchara debido al temblor de su extremidad. Debía dejar de fumar... No, debía haber cogido una bandeja. Con pequeños y titubeantes pasos, se dirigió a la escalera para subir a la planta de arriba...

- "Bueno - pensó - al menos, ahí, al fondo, junto al ventanal, hay una pequeña mesa libre". Por fin podría estar un poco tranquilo.

Haciendo verdaderos malabares con el portafolios, el abrigo y el café que, en la hazaña de subir las escaleras se había derramado mojando el plato y el sobre de edulcorante, logró derrumbarse en una silla negra con la pintura descascarillada. No importaba. Estaba demasiado cansado para pensar en ello...

Como era de esperar, aquel era repugnante; aguado y sin ese aroma característico que te invade todo el cuerpo. 

Miró por el cristal empapado por la lluvia. Abajo, los transeúntes corrían de un lado para otro sin percatarse siquiera de la existencia de los demás; una mujer de edad avanzada trataba de sortear los charcos tirando de un carro de la compra. Llevaba en la cabeza una bolsa de plástico a modo de sombrero. Los niños, con sus botas de agua, intentaban chapotear en cualquier lugar de la acera donde la lluvia se hubiera estancado, mientras sus padres parecían prohibirles la inmensa diversión. 

Viendo todo aquello, el enfado que hasta ese momento había sentido, dio paso a un profundo sentimiento de desidia...

De manera automática, enchufó los auriculares a su reproductor de música; apartó a un lado el café todavía prácticamente sin probar y, cruzando los brazos sobre la mesa, apoyó su cabeza en ellos para observar con detenimiento. La melodía comenzó. En mitad de la plaza estaba ella. Una chica joven, de pelo moreno y largo, vestida con un pequeño impermeable y una falda roja. Luchaba contra su paraguas que, debido al viento que arreciaba, se había dado la vuelta y la dejaba al descubierto empapándole la melena... Mientras, trataba de que su falda de vuelo no se levantara. Probablemente, estaba llorando. 

Ante semejante espectáculo, cualquiera hubiera sentido lástima o pena. Él, escuchando aquella música, se enamoró. Sólo por unos instantes sintió ese amor por la anciana, por los niños, por los padres. Por la mujer de la falda roja. Y sonrío.

Tengamos cuidado con la banda sonora que le ponemos a nuestra vida. La música es esencial para nuestras emociones... ¿Cómo queremos utilizarla?




2 comentarios:

  1. Gracias Elisa. Gracias por tu relato sensible, romántico, sencillo y original. Me encantó. Te explico una idea que he tenido via mail.
    Un beso.

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  2. Como siempre, gracias a ti, Tere: por leerlo, por sentirlo... Me alegro mucho de que te guste.
    Espero esa idea como agua de ¿abril?
    Un beso.

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