lunes, 18 de junio de 2012

El poder de la adivinación

"Y, simplemente, recuerda que la persona que tienes a tu lado: tu amigo, tu amante, tu padre, tu hijo..., tal vez no posea el poder de la adivinación"

Dicho esto, dio media vuelta y se marchó.

Permanecí sentada durante un buen rato. Inmóvil. En silencio. Pensando en aquello mientras su silueta se alejaba lentamente entre la multitud. ¿Acaso yo esperaba de los demás que fueran "adivinos"? No. O tal vez, sí... ¿Solía pedir lo que quería?, ¿decía lo que sentía? ¿O más bien callaba dando por hecho que los demás pensaban y sentían como yo?

Una lágrima rodó por mi mejilla hasta caer sobre la mano que tenía en mi regazo. ¿Cuántas veces me había disgustado con un ser querido porque no había actuado como yo pensaba que debía hacerlo? ¿Tenía derecho a ello? Sí, tal vez, derecho, sí; al fin y al cabo, el "derecho" era sólo mío..., pero ¿y tenía derecho a hacer daño a aquella persona sólo porque no había podido "adivinar" cómo quería yo que actuase?

La voz de una mujer me sacó de mi ensimismamiento...

"Perdone... ¿Podría echarme una mano?"
"Disculpe".- Respondí algo avergonzada.- "No sabía que necesitase ayuda..."
"Lógico. Yo ni siquiera se lo había dicho...".- Contestó con serenidad. 

Y una hermosa sonrisa se dibujó en su rostro...  

domingo, 10 de junio de 2012

Hoy todo saldrá bien

No recuerdo la hora. Ni el día. Ni siquiera recuerdo el año. Debía de ser otoño, puesto que el parque estaba cubierto de hojas color rojo bermejo y una fría brisa auguraba el final de la estación estival. 

Mientras subía las escaleras del metro, escuchando la música de su reproductor, se repetía para sí mismo que iba a ser un buen día. "Hoy todo saldrá bien".- Se decía interiormente.

Desde hacía unas semanas, se obligaba a repetírselo en cuanto se levantaba. También se obligaba a sonreír; y, cuando bajaba en el ascensor para salir de su casa, se miraba en el espejo y, dirigiéndose a la imagen reflejada, decía en voz alta: "Eres estupendo. Hoy todo va a salirte bien". "Menos mal que nadie me oye. Creerían que estoy loco...".- Solía pensar a continuación. Aunque, en el fondo, poco le importaba.

En la calle, la gente caminaba con paso firme. Con prisa. Como si se les fuera a acabar el tiempo. Nadie miraba a los demás. Se dirigían a su "destino" con la mirada fija y sorteándose unos a otros con una habilidad extraordinaria. Y el que no era capaz de hacerlo y en su torpeza empujaba o chocaba con otro transeúnte, simplemente se detenía unos segundos y continuaba rápidamente su camino sin pedir siquiera disculpas.

Se detuvo a observar la escena. Sonrío. Alguien le dio un pequeño empujón y, sin saber bien por qué, fue él quien levantó la mano en señal de disculpa. Respiró hondo. Llenó sus pulmones con al brisa del momento y continuó su camino calle arriba. 

La espalda erguida. Los brazos relajados. El paso firme. Una melodía envolviendo la atmósfera. Su "frase" en la cabeza. "Hoy todo saldrá bien". Sin darse cuenta, en su cara iba formándose una sonrisa cada vez más amplia. Irradiaba luz; aunque él no fuera consciente de ello. Y se sentía feliz. 

Como cosa del destino, al pasar por aquella cafetería, giró levemente la cabeza y si mirada se dirigió al interior. No pudo evitar entrar. Y allí estaba. Dirigiéndose a ella, la miró fijamente a los ojos y sólo preguntó:
"¿Eres tú, verdad?"
"Sí".- respondió ella con voz delicada.- "Me alegro de haberte encontrado"

Aunque desde fuera no era capaz de escuchar exactamente lo que sucedía, en ese momento supe que debía marcharme. Él había llegado a su destino. Ella ya lo esperaba. Sus luces interiores brillaban al unísono. 

Sonriendo, di media vuelta y emprendí el camino de regreso a casa.

Nunca más volví a verlos.


viernes, 8 de junio de 2012

El papel arrugado

" Ya no soy amiga de Ana".- Dijo Lara rotundamente mientras tiraba la mochila en un rincón de la entrada de la casa.

"¿Qué ha pasado, cariño?, ¿os habéis enfadado?.- Preguntó su madre cariñosamente.

"No. Es que es tonta. Es demasiado pequeña para mí."

Ante aquella respuesta, Marta, su madre, se secó las manos en uno de los trapos de la cocina que tenía a su alcance y preguntó intrigada y conmovida: 

"Pero Ana siempre ha sido tu mejor amiga, acuérdate de..."

"Ya, mamá. Pero ya no.- Interrumpió Lara rápidamente.- "Ya no. Hoy, en el patio, quería jugar a las muñecas y yo le he dicho que yo ya no jugaba a esas cosas. Que eso eran cosas de niñas pequeñas. Y yo ya soy mayor"

"¿Y qué ha pasado después?.- Preguntó Marta intentando que su hija le explicara las cosas para poder ayudarla.

"Pues nada, que le he dicho que ya no era su amiga y se ha marchado llorando. ¡Fíjate qué infantil!"

Ante aquella respuesta, Marta se acercó a su hija y, aproximándole un taburete la invitó con un gesto a sentarse a su lado.

"Cariño, ¿quieres que te cuente una historia?"

"Sí".- Respondió Lara en un tono excesivamente neutro para su edad.- "Total, no tengo nada que hacer..."

"Bien... pues comencemos:

Érase una vez una niña llamada Laura. Laura siempre tenía muy mal genio..."

"¿Mamá?"- Interrumpió la niña- "Pero, ¿siempre, siempre? ¡Eso es un montón de tiempo!"

"Tienes razón"- Respondió Marta con cariño y una medio sonrisa en su boca- "Siempre, siempre, no. Sólo a menudo..."

"Vale, entonces sigue, porfa".

"Pues, como decía, Laura a menudo tenía muy mal genio. No era una niña mala; era buena estudiante, ayudaba a sus padres y hermanos y tenía buenos amigos. Sin embargo, cuando las cosas no salían como ella quería, o alguien le llevaba la contraria, reaccionaba contestando muy mal y haciendo daño a los demás. Ella sabía que no estaba bien y, habitualmente, después de que eso ocurriera, pedía perdón y se prometía a sí misma que no volvería a ocurrir. Pero siempre sucedía lo mismo. Una y otra vez.

Una tarde, después del colegio, llegó a su casa llorando y cuando su madre le preguntó por lo que había pasado, ella le explicó que sus amigos no habían querido que jugase con ellos. ¿Por qué?- Le preguntó su madre intrigada.- "Por que dicen que les hago daño. Que les digo cosas que duelen y que no quieren tener como amiga a una niña así".
Los ojos de su madre comenzaron a nublarse por las lágrimas que amenazaban con brotar de ellos y, tratando de mantener la serenidad, cogió un papel en blanco y se lo mostró a su hija. "Mira, le dijo con ternura, ¿ves este papel? Tómalo y obsérvalo tranquilamente. Es blanco, no tiene ninguna grieta ni ninguna mancha, ¿verdad?"

"No".- Respondió Laura intrigada.- "Es un papel normal. Nuevo. ¿Puedo utilizarlo para dibujar?"

"No, cariño. Todavía no. Ahora quiero que lo arrugues. Que hagas una bola con él".
Y así lo hizo la pequeña.

"Bien".- Continuó su madre.- "Ahora vuelve a estirarlo. Todo lo que puedas..."

"¡Pero no queda igual!.- Contesto Laura molesta.- ¡Tiene arrugas y no consigo quitarlas! Ya no podré dibujar en él...

"¿Sabes, Laura?- Dijo su madre mientras la abrazaba con ternura.- "Este papel es como el corazón de tus amigos. Es como el corazón de todos a los que quieres y haces daño con tus palabras. Una vez que lo has hecho, una vez que lo has arrugado, la marca queda ahí para siempre".

"Entonces, Mamá, ¿ya no puedo hacer nada para solucionarlo?.- Preguntó llorosa Laura.

"Ahora es difícil, cielo. Puedes pedir perdón, pero lo importante es que la próxima vez, antes de decir o hacer algo que pueda hacer daño, pienses en este papel...

"¿Sabes, Mamá?"- Dijo Lara después de pensar unos minutos en ello.- Creo que voy a llamar a Ana" Y salió corriendo en dirección al teléfono.

Todos hacemos daño sin querer. A todos nos han hecho daño. Y es probable que nuestro corazón esté lleno de arrugas; incluso que el espejo en el que nos miramos esté roto por el daño causado por un ser querido. Y, aunque a veces no podemos remediar lo que ya hemos hecho, es conveniente recordar que ese daño, por muy pequeño que sea, queda ahí. ¿Realmente queremos seguir arrugando el papel de los demás? ¿Y el nuestro propio?

miércoles, 6 de junio de 2012

¿Y tú qué eres?


Desde que entré en un aula a dar clase, hace ya unos doce años, pensé que era profesora. Sí, incluso me "sentía" profesora. Y, realmente, estaba orgullosa de ello. "Soy profesora", me repetía a mí misma innumerables veces. "Soy profesora".

La verdad es que no sé si alguna vez tuve aquello que llaman "vocación", pero creo que no me puedo quejar de los resultados, ya que, a día de hoy, tengo unos antiguos, y actuales, alumnos estupendos y, al menos para mí, eso es lo que verdaderamente cuenta.

De esta forma, me pensé profesora hasta hace algo más de un año. Todo fue por una pregunta, para mí impensable, que me hizo una persona muy importante en mi vida; de pronto, con toda la calma del mundo, me preguntó:

"Y tú, ¿por qué dices que eres profesora?"

Lógicamente, yo no entendía nada; ¿qué iba a ser si no?, ¿a qué se refería? Viendo mi cara de extrañeza, continúo explicándome que él creía que yo era maestra. Para mí, eso era imposible; ¿maestra?, no. Maestro es aquel que ha estudiado magisterio y que, para mí admiración, es capaz de trabajar con niños de entre 3 y 12 años. No. Definitivamente yo no era maestra. Ahí quedó el asunto.

También busqué el terminó en el DRAE; nada. Todo apoyaba mi teoría de que yo no era maestra.

Sin embargo, poco a poco mi cabeza empezó a darle vueltas a todo ello; si bien era cierto que yo no entraba en ninguna de las acepciones correspondientes a ese término, lo de "profesora" se me quedaba corto. Yo era consciente de que no me limitaba a dar clase, a explicar los conceptos de mi materia, sino que, de alguna manera, me acercaba a los alumnos; ellos me pedían opinión y consejo y el trabajo no era el que "socialmente" parece que tiene un profesor.

Volví a hablar del tema con aquella persona. Le pregunté mis dudas e inquietudes. Y, como quien no quiere la cosa, sólo me contestó:

"Hablo del término maestro en el sentido griego. Y tú lo eres".

Ahí comprendí todo.

Desde ese momento, y al darme cuenta de que el nuevo término me llenaba y se asemejaba mucho más a mi labor, comencé a pensarme "maestra".  Sé que muchos lo concebirán como algo prepotente, pero también sé que, como dice el refrán, a buen entendedor, pocas palabras bastan...

Siguiendo con todo ello en la cabeza, hace cosa de un mes, coincidí con un estupendo colega de universidad y trabajo y se me ocurrió hacerle la pregunta:

"Oye, y tú, ¿qué eres?"
"Educador". Me contesto con enorme firmeza.

Ufff..., ¡educador! Esa sí que no me gusta... No sé por qué, desde hace tiempo he cogido bastante manía a todos esos términos relacionados con la "educación"; creo que los veo demasiado dogmáticos... Ni corta ni perezosa, se lo comenté y, para mi asombro, me dio la razón.

"Entonces, ¿qué eres?" Volví a preguntar insistente.
"Soy enseñante". Respondió con una gran sonrisa.

Y tú, ¿qué eres? Profesor. Maestro. Educador. Enseñante...
¡Qué más da! Lo único realmente importante es que, al margen de cualquier término o etiqueta, realices tu trabajo con el corazón, entregando lo mejor de ti, mostrando esa luz que brilla en tu interior para, así, poder llegar a los demás.

Yo soy Elisa. Y soy maestra.


martes, 5 de junio de 2012

Emotiva: un espacio donde emocionarse

Si no me equivoco, fue hacia el mes de febrero cuando conocí a Emotiva Centro Para el Cambio. 

También creo recordar que fue gracias al Facebook (¡benditas redes sociales!, aunque siga resistiéndome un poco a ellas...) En su momento pensé: "bueno, otra empresa dedicada a la inteligencia emocional y al coaching tan de moda en estos tiempos" y, como quien no quiere la cosa, me matriculé en uno de sus talleres vivenciales; me imaginaba que algo aprendería y que, si no era así, tampoco iba a perder ni demasiado dinero, ni demasiado tiempo.

Pues bien, aquel domingo, después de todo el fin de semana en Emotiva, salí satisfecha de lo que en el curso había sucedido, de lo que las dinámicas me habían aportado y, por supuesto, de toda la gente con la que lo había compartido.

A partir de ese momento, como sucede siempre que haces un curso de este tipo, comencé a recibir información de sus talleres, charlas, postgrados y másteres. Hubo uno que, sin saber bien por qué, me llamó especialmente la atención: "postgrado de inteligencia emocional orientado a la educación"; el horario cuadraba con mis actividades diarias, había facilidad de pago y estaba segura de que el ambiente sería tan bueno o mejor que el que había experimentado en el vivencial... 

Hace un mes, lo comencé.

Desde entonces, los sábados por la mañana suena temprano el despertador y aunque, no voy a negarlo, me cuesta bastante apagarlo y ponerme en marcha, siempre comienzo el día con una sonrisa en la boca y con la seguridad de que, de nuevo, voy a pasar un fin de semana indagando en mí misma, en mi crecimiento personal; realizando actividades que han hecho que, de nuevo, ponga en práctica mi faceta creativa; compartiendo mis experiencias y sentimientos con personas tan increíbles como Arancha, Carolina, Marta, Vero, Patxi o Elena; soltando alguna que otra lagrimita y muchas, muchas risas...

Tal vez por todo ello, hace un rato, mientras observaba distraídamente mi carpeta con el logo y el nombre de la empresa, he comprendido que no podía ser otro; Ellos son Emotiva: son emocionales, trabajan desde el corazón y consiguen llegar a los demás. ¿Centro Para el Cambio?, ¡sin lugar a dudas! No creo que nadie que entre en su pequeño centro (y hablo de pequeño sólo en el sentido de metros cuadrados) salga de él sin sentir esa transformación; ¡desde luego, yo la estoy viviendo en mi propia piel!

Así que, desde aquí, quiero dar las gracias a Cristina Albendea, a Mari Carmen Alonso, a Esteban García y a Juan Gonzalo Castilla por formar parte del equipo de Emotiva; por ser unos excelentes profesionales en el apoyo del crecimiento personal; por compartir todos sus conocimientos de esa manera tan, tan cercana y, por supuesto, por sus estupendas charlas y clases.

Y, por supuesto, os invito y animo a todos los que paséis por aquí a no perderos la oportunidad de emocionaros...

Éste es mi pequeño "homenaje".

Un abrazo emocional a todos,

Elisa