viernes, 8 de junio de 2012

El papel arrugado

" Ya no soy amiga de Ana".- Dijo Lara rotundamente mientras tiraba la mochila en un rincón de la entrada de la casa.

"¿Qué ha pasado, cariño?, ¿os habéis enfadado?.- Preguntó su madre cariñosamente.

"No. Es que es tonta. Es demasiado pequeña para mí."

Ante aquella respuesta, Marta, su madre, se secó las manos en uno de los trapos de la cocina que tenía a su alcance y preguntó intrigada y conmovida: 

"Pero Ana siempre ha sido tu mejor amiga, acuérdate de..."

"Ya, mamá. Pero ya no.- Interrumpió Lara rápidamente.- "Ya no. Hoy, en el patio, quería jugar a las muñecas y yo le he dicho que yo ya no jugaba a esas cosas. Que eso eran cosas de niñas pequeñas. Y yo ya soy mayor"

"¿Y qué ha pasado después?.- Preguntó Marta intentando que su hija le explicara las cosas para poder ayudarla.

"Pues nada, que le he dicho que ya no era su amiga y se ha marchado llorando. ¡Fíjate qué infantil!"

Ante aquella respuesta, Marta se acercó a su hija y, aproximándole un taburete la invitó con un gesto a sentarse a su lado.

"Cariño, ¿quieres que te cuente una historia?"

"Sí".- Respondió Lara en un tono excesivamente neutro para su edad.- "Total, no tengo nada que hacer..."

"Bien... pues comencemos:

Érase una vez una niña llamada Laura. Laura siempre tenía muy mal genio..."

"¿Mamá?"- Interrumpió la niña- "Pero, ¿siempre, siempre? ¡Eso es un montón de tiempo!"

"Tienes razón"- Respondió Marta con cariño y una medio sonrisa en su boca- "Siempre, siempre, no. Sólo a menudo..."

"Vale, entonces sigue, porfa".

"Pues, como decía, Laura a menudo tenía muy mal genio. No era una niña mala; era buena estudiante, ayudaba a sus padres y hermanos y tenía buenos amigos. Sin embargo, cuando las cosas no salían como ella quería, o alguien le llevaba la contraria, reaccionaba contestando muy mal y haciendo daño a los demás. Ella sabía que no estaba bien y, habitualmente, después de que eso ocurriera, pedía perdón y se prometía a sí misma que no volvería a ocurrir. Pero siempre sucedía lo mismo. Una y otra vez.

Una tarde, después del colegio, llegó a su casa llorando y cuando su madre le preguntó por lo que había pasado, ella le explicó que sus amigos no habían querido que jugase con ellos. ¿Por qué?- Le preguntó su madre intrigada.- "Por que dicen que les hago daño. Que les digo cosas que duelen y que no quieren tener como amiga a una niña así".
Los ojos de su madre comenzaron a nublarse por las lágrimas que amenazaban con brotar de ellos y, tratando de mantener la serenidad, cogió un papel en blanco y se lo mostró a su hija. "Mira, le dijo con ternura, ¿ves este papel? Tómalo y obsérvalo tranquilamente. Es blanco, no tiene ninguna grieta ni ninguna mancha, ¿verdad?"

"No".- Respondió Laura intrigada.- "Es un papel normal. Nuevo. ¿Puedo utilizarlo para dibujar?"

"No, cariño. Todavía no. Ahora quiero que lo arrugues. Que hagas una bola con él".
Y así lo hizo la pequeña.

"Bien".- Continuó su madre.- "Ahora vuelve a estirarlo. Todo lo que puedas..."

"¡Pero no queda igual!.- Contesto Laura molesta.- ¡Tiene arrugas y no consigo quitarlas! Ya no podré dibujar en él...

"¿Sabes, Laura?- Dijo su madre mientras la abrazaba con ternura.- "Este papel es como el corazón de tus amigos. Es como el corazón de todos a los que quieres y haces daño con tus palabras. Una vez que lo has hecho, una vez que lo has arrugado, la marca queda ahí para siempre".

"Entonces, Mamá, ¿ya no puedo hacer nada para solucionarlo?.- Preguntó llorosa Laura.

"Ahora es difícil, cielo. Puedes pedir perdón, pero lo importante es que la próxima vez, antes de decir o hacer algo que pueda hacer daño, pienses en este papel...

"¿Sabes, Mamá?"- Dijo Lara después de pensar unos minutos en ello.- Creo que voy a llamar a Ana" Y salió corriendo en dirección al teléfono.

Todos hacemos daño sin querer. A todos nos han hecho daño. Y es probable que nuestro corazón esté lleno de arrugas; incluso que el espejo en el que nos miramos esté roto por el daño causado por un ser querido. Y, aunque a veces no podemos remediar lo que ya hemos hecho, es conveniente recordar que ese daño, por muy pequeño que sea, queda ahí. ¿Realmente queremos seguir arrugando el papel de los demás? ¿Y el nuestro propio?

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