Como cada tarde, se sentaron en aquel banco mientras, en silencio, observaban a las personas que paseaban.
- ¿Recuerdas cuándo nos conocimos? - Preguntó él con mirada tierna.
- Por supuesto. Yo tenía ocho años. Y tú acababas de cumplir los once... - Rememoró ella cerrando los ojos y elevado levemente la cabeza.
- ¡Y por aquel entonces ya decías que no creías en el amor para siempre!
- Y sigo sin creer en él.- Respondió la mujer con seriedad.
- Cariño, ¿cómo es posible que digas eso después de setenta años juntos? - Preguntó el hombre entre intrigado y divertido.
- Verás, - contestó ella cogiéndole dulcemente de la mano.- ¿Tú me amas?
- ¿Qué pregunta es esa?.- respondió algo desconcertado.- ¡Claro que sí!
- ¿Y por qué me amas?
- Por cómo eres.
- ¿Y cómo soy? - Continuó ella.
- Pues... eres dulce, fuerte, inteligente, cariñosa, guapa... y muy, muy cabezota.- Realmente, no entendía a dónde quería llegar su mujer, pero por experiencia sabía que era mejor contestar con sinceridad.
- Y, si no fuera así, ¿seguirías amándome?
- ¡Noooooo! - Contestó él con una carcajada.- ¡Serías otra persona!; ¡no podría estar contigo!
- Bien, entonces, déjame que siga afirmando que no existe el amor eterno. Creo que moriría si no estuvieras a mi lado.