lunes, 18 de febrero de 2013

Una nueva despedida

De nuevo, me he despedido de la inmensidad del mar con un "hasta pronto". 

De nuevo, ha cumplido todas las expectativas que había depositado en Él. 

Y no es que le pida poco; es más, creo que le solicito más que a cualquier familiar, amante o amigo, pero Él siempre está ahí, dándome serenidad, claridad, fuerza; escuchándome, cubriéndose con mis lágrimas y poniendo su singular melodía a mis risas...

Aunque bien es cierto que grandes maestros de la poesía le han dedicado maravillosos versos, muy a mi pesar, yo no soy poetisa y la verdad es que creo que nunca se me ha dado excesivamente bien escribir poemas; así que la única manera que me queda de agradecerle todo lo que me da en cada uno de nuestros encuentros son mis palabras, mis escritos y los recuerdos que llevo en mi interior. Recuerdos a los que me aferro cuando empiezan a disiparse. Palabras y escritos que me repito a mí misma cuando me embarga la necesidad de ver su magnitud, de oler su aroma, de sentir su brisa y escuchar su música.

Y ahora, alejándome poco a poco de Él, solo puedo desear que todo lo que me ha hecho sentir, toda la fuerza que me ha dado, no se desvanezca rápidamente con el bullicio de la gran ciudad y que, por fin, pueda llegar el día en que cambie ese "hasta pronto", por un simple "ahora vuelvo".

domingo, 10 de febrero de 2013

Hay cosas que no cambian.

Hoy he vuelto a comprobar que hay cosas que no cambian; es más, espero que nunca lo hagan...

Tarde de domingo. Clase de español. Sé que a cualquiera, al escuchar estas frases, le vendría a la cabeza palabras como "pereza" o "aburrimiento". Normal.

Pues bien, debo de ser muy rara porque lo que siento ahora mismo, tras dos horas dentro de un aula dando clase de español a 16 alumnos adultos de distintas nacionalidades, no tiene nada que ver con esos dos conceptos que he nombrado anteriormente ni con nada que se le parezca. No. Me siento ilusionada y con energía. De nuevo he vuelto a cerrar esa puerta del aula y sonreír; de nuevo he vuelto a tener esa especie de nervios por el cuerpo que se repite cada vez que inicio un nuevo curso y que se esfuma, como por arte de magia, cuando veo las caras de mis alumnos.  Y, una vez más, he comprobado lo gratificante que resulta todo ello.

Ahora mismo, mientras en la calle llueve y yo escribo tranquilamente, recuerdo cada una de sus caras, cada una de las historias que me han contado sobre su vida y sobre el porqué de dejar sus países de origen para comenzar de cero en España. Sonrío al recordar las preguntas que me han hecho sobre mí (sobre todo esa de : "Elisa: ¿usted siempre sonríe?"). Me ilusiono ante el interés que muestran por aprender y por compartir conmigo sus experiencias, dudas y necesidades en un país extranjero como es para ellos el nuestro. Y me siento orgullosa. Orgullosa de mí y, sobre todo, de ellos.

Es cierto que el curso solo durará unos meses y que tal vez no vuelva a tener a ninguno de ellos como alumno, pero, lo que tengo claro, es que su paso por mi vida no me dejará indiferente. Y me gusta. 

Porque hay cosas que no deseo que cambien.