domingo, 10 de febrero de 2013

Hay cosas que no cambian.

Hoy he vuelto a comprobar que hay cosas que no cambian; es más, espero que nunca lo hagan...

Tarde de domingo. Clase de español. Sé que a cualquiera, al escuchar estas frases, le vendría a la cabeza palabras como "pereza" o "aburrimiento". Normal.

Pues bien, debo de ser muy rara porque lo que siento ahora mismo, tras dos horas dentro de un aula dando clase de español a 16 alumnos adultos de distintas nacionalidades, no tiene nada que ver con esos dos conceptos que he nombrado anteriormente ni con nada que se le parezca. No. Me siento ilusionada y con energía. De nuevo he vuelto a cerrar esa puerta del aula y sonreír; de nuevo he vuelto a tener esa especie de nervios por el cuerpo que se repite cada vez que inicio un nuevo curso y que se esfuma, como por arte de magia, cuando veo las caras de mis alumnos.  Y, una vez más, he comprobado lo gratificante que resulta todo ello.

Ahora mismo, mientras en la calle llueve y yo escribo tranquilamente, recuerdo cada una de sus caras, cada una de las historias que me han contado sobre su vida y sobre el porqué de dejar sus países de origen para comenzar de cero en España. Sonrío al recordar las preguntas que me han hecho sobre mí (sobre todo esa de : "Elisa: ¿usted siempre sonríe?"). Me ilusiono ante el interés que muestran por aprender y por compartir conmigo sus experiencias, dudas y necesidades en un país extranjero como es para ellos el nuestro. Y me siento orgullosa. Orgullosa de mí y, sobre todo, de ellos.

Es cierto que el curso solo durará unos meses y que tal vez no vuelva a tener a ninguno de ellos como alumno, pero, lo que tengo claro, es que su paso por mi vida no me dejará indiferente. Y me gusta. 

Porque hay cosas que no deseo que cambien.

1 comentario:

  1. Que bueno Elisa, es tan satisfactorio dar. Lo que no sabe la gente es que dando se reciben tantas satisfacciones. Me alegro mucho por ti, asi te quiero ver. Sigue adelante...

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