sábado, 8 de diciembre de 2012

Tan distintos y tan iguales...

Los miro y ahí están. Como nosotros hace unos cuantos años... Sentados frente a un folio lleno de preguntas, de fórmulas químicas y problemas matemáticos, que, ellos suponen, han de responder a la perfección. Serios. Concentrados. Resoplando cuando no tienen algo claro... Parece que, al igual que a nosotros (entre los que, gracias a Dios, no me incluyo), nadie les ha explicado que en un examen no les va la vida...

Es cierto que la sociedad ha cambiado; que, parece ser - y digo "parece ser" porque no estoy tan segura de ello - que los intereses y las preocupaciones de los adolescentes de hoy en día no son los mismos que antaño (y con ello no me remonto a hace siglos, de lo que, obviamente, no puedo hablar, sino a un par de generaciones); sin embargo, continúan teniendo las mismas dudas sobre sí mismos, sobre su futuro y personalidad, los mismos problemas con sus padres, las mismas experiencias amorosas, los mismos deseos y frustraciones...

Y ahí, mirando cómo se rascan la melena mientras tratan de realizar un examen, me planteo, una vez más, la conveniencia de enseñar a todos esos chicos lo que es la Inteligencia Emocional; la patente utilidad de mostrarles las herramientas necesarias para poder valorarse de verdad, para conocerse, para respetarse - a ellos mismos y a los demás, por supuesto - para que, en un futuro, puedan ser personas íntegras y formadas a nivel afectivo; para que, en un futuro no tan lejano, sean ellos mismos capaces de salir de los baches y problemas que les surgirán en la vida y, por supuesto, sean felices. 

Está claro que hay temas inamovibles, que las hormonas y demás están ahí y que no se puede cambiar, pero, por eso mismo, ¿no creéis que merece la pena "echarles una mano" en todo aquello que podamos?

Yo, por el momento en el que me tocó vivir la infancia y adolescencia, no tuve ese aprendizaje; sin embargo, he tenido la suerte de conocerlo algo más mayor, de disfrutarlo, de llorar con lo que he descubierto sobre mí misma, de comprender qué es lo que hay en mi interior y de tratar de cambiar aquello que no me gusta o me hace daño... Sí. Yo lo "descubrí" a los treinta y tantos, pero...: ¿por qué no darles a ellos la oportunidad de descubrirlo ya?

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