sábado, 12 de octubre de 2013

Sin prisa

Después de un rato caminando, y ya algo irritado, el joven preguntó:

- Abuelo, ¿a ti no te molesta tener que andar tan despacio, así, con tu bastón y eso...?

- Hijo, no tengo prisa.

- Ya, vale, pero... no sé, ver que la gente pasa a tu lado, que siempre te quedas atrás, que...

- No tengo prisa.

- Sí, ya sé que no tienes prisa, pero ¿no echas de menos poder correr como cuando eras joven?, ¿no te molesta tardar diez minutos en llegar a un sitio al que podrías llegar en cinco?, ¿no te sientes mal por tener que ir siempre tan lento?...

En aquel momento, el anciano se detuvo y, tras apoyar su bastón en un banco cercano, sujetó al corpulento muchacho por los brazos diciéndole:

- Verás, creo que de esta manera lo entenderás... Tú solo cierra los ojos, respira profundamente y, cuando estés preparado, ábrelos de nuevo.

Su nieto, algo confuso, aunque ya acostumbrado a las "rarezas" de su abuelo, hizo lo que este le dijo.

- Bien - continuó el hombre -, ahora mira a tu alrededor y dime qué ves.


- Veo... Veo a una mujer joven que sonríe a un niño que lleva en un cochecito; a esa otra que corre hablando por teléfono mientras sortea a todos los peatones; veo a un hombre que la observa en el reflejo de aquel escaparate... Veo un nido de pájaros en aquel árbol; veo un balcón lleno de flores... ¡Qué fachada tan bonita!, creo que nunca había visto esa casa... - ¿Será nueva?- dijo para sí mismo - No sé, la verdad es que no tiene pinta.. - Veo... ¡Ufff, veo un montón de cosa, abuelo!

- Pues eso, cariño, solo lo verás cuando no tengas prisa.


lunes, 12 de agosto de 2013

¡Qué bello es vivir!

Hace poco más de una semana, un amigo me recordó lo maravillosa que era, y es, la película de Frank Capra Qué bello es vivir.

Hoy he vuelto a verla.

Resulta curioso cómo una película, al igual que un libro, hace que sintamos distintas emociones dependiendo de nuestra situación vital.

Pues bien, esta noche me he sorprendido con una gran sonrisa en mi rostro durante la escena final de esta obra maestra. Y lo que es mejor: he recordado que todos y cada uno de nosotros estamos en esta vida por algún motivo; realmente no me importa saber o no cuál es el mío, pero, al igual que George Bailey, mi Clarence particular me ha hecho darme cuenta de que la vida sin mí no sería igual. No sé si peor o mejor, pero sí sé que distinta.

Tal vez sea casualidad, no lo sé, pero en estos últimos días, varias personas de mi vida me han dado las gracias por haber aparecido en las suyas y, aunque suene "de cajón" me he dado cuenta de que si yo no estuviera, ellas no hubieran podido "conocer" mi compañía ni yo disfrutar de la suya.

Hoy vuelvo a entender que, aún con las cosas "menos buenas" que puedan suceder, la Vida merece la pena ser vivida.

Y con esta maravillosa sensación, con este increíble sentimiento, me embarco en los brazos de Morfeo, no sin antes pedirle a mi Clarence que me haga soñar con los angelitos...

Estoy segura de que está noche sonará alguna que otra campanilla.

martes, 6 de agosto de 2013

¿Es posible cambiar?

Siempre había pensado que la gente no cambia; sí, que podía modificar, o "pulir", alguna cosilla, pero que, en el fondo no existía esa especie de "transformación" de la que hablan algunos... 

Realmente, me hacía gracia cuando escuchaba comentarios del tipo: "No seas así, Elisa, la gente cambia..." 

Y, sin embargo ahora, después de todos estos meses que lleva el año, me doy cuenta de que la que estaba confundida era yo. 

Sí. La gente cambia. O mejor dicho, la gente es capaz de cambiar. Eso sí, con un pequeño matiz: creo que es capaz de cambiar siempre y cuando no lo haga por los demás, sino por sí misma. Porque, ¿de qué sirve tratar de modificar tu forma de ser para estar con alguien o para que otro se sienta feliz? Al final, eso es incapaz de sostenerse ya que no tiene una base lo suficientemente sólida...

Sin embargo, cuando uno decide modificar su manera de actuar, de pensar, de ver las cosas, su manera de ser, para ayudarse a sí misma, sí surte efecto. Lógicamente, no voy a negar que no es fácil, pero también sé que es posible y que, de pronto, un buen día te das cuenta de que, paso a paso, con dificultades, con alegrías, incluso con "parones", eres una persona distinta. Eres esa que te habías propuesto; esa que anhelabas ser y desechabas con la idea de que "la gente no puede cambiar"; idea, que, por otro lado, solo ocultaba un terrible miedo al proceso o, incluso, a conseguir tu propósito.

Y ese día, también comprendes que has iniciado un "camino de no retorno" y que, por ello, seguirás luchando cada día, permitiéndote tener caídas y encontrándote piedras en el recorrido, pero recordándote que eres capaz, que sigues adelante, que sigues aquí.

Y, en esos momentos, miras hacia atrás y sonríes...

miércoles, 24 de julio de 2013

El deseo de Marco

Como ya comenté en mi última entrada, Marco tenía una duda muy, pero que muy, importante: ¿cómo se cumple un deseo?

Ante tal pregunta, su madre (¡benditas madres!) le animó a hacer una "lista de deseos" que, por supuesto, estaba encabezada por aquel en el que pensaba en el coche. Ese era su deseo más importante; su DESEO con mayúsculas.

Lo más curioso, es que, sin darse cuenta, era algo que ya tenía en su interior; algo que formaba parte de él, de su personita de seis años...

Todo ello me hizo reflexionar; ¿cuántas veces nosotros mismos hemos deseado algo que ya poseíamos? Y, no, no hablo de nada material, sino de capacidades, habilidades o, incluso, emociones. ¿Cuántas veces hemos visto a otros y hemos pensado "ojalá yo tuviera su fortaleza" u "ojalá yo fuera capaz de tomarme las cosas de esa manera"? 

Pero, si nos detenemos unos minutos y miramos en nuestro interior; si echamos la vista a atrás, es muy probable que acabemos dándonos cuenta de que todo ello forma parte de nuestro ser y que, simplemente, no hemos sido conscientes de ello y, por ende, no lo hemos podido potenciar lo suficiente. Otras veces, como en el caso de Marco, es más sencillo: lo tenemos delante, lo demostramos todos los días y, sin embargo, lo desconocemos. Es entonces cuando solo necesitamos a alguien que nos diga: "tranquilo, ya lo estás haciendo. Y, además, muy bien".

Parémonos a pensar en lo que deseamos y en lo que realmente poseemos. Detengámonos unos minutos y reflexionemos sobre todos esos tesoros empolvados que tenemos en nuestro interior. Y, entonces, como Marco, podremos ver que nuestros deseos se hacen realidad.

Porque, lo creamos o no, nuestros deseos ya existen y forman parte de nosotros. Solo tenemos que buscarlos y seguir creyendo en ellos. En ellos... ¡y en nosotros mismos!

miércoles, 17 de julio de 2013

Mamá, ¿cómo se consigue un deseo?

Hace un par de horas, volviendo de una estupenda cena, mi sobrino Marco ha preguntado desde la tercera (¡y última!) fila del todoterreno en el que íbamos:

"¡Mamá!, ¿cómo se consigue un deseo?"

Aunque he permanecido callada, sabiendo que no era yo quien debía responder, solo he podido pensar:

"Creyendo en él, Marco. Y creyendo en ti".

No sé qué deseo tendrá, aunque, conociéndole, sé que será algo importante. El próximo día se lo preguntaré...

domingo, 7 de julio de 2013

Re-conocer

Miro mi imagen en el espejo y no la reconozco. Y es que, ¿cómo se puede volver a conocer algo que no has visto nunca? ¿Acaso es posible re-conocer algo nuevo?

Sí, es cierto, la imagen es la misma de siempre: pelo rizado, ojos verdes, pequeña estatura, tez algo más tostada de lo habitual por el efecto del sol...

Pero el interior ha cambiado. Ya no tiene nada que ver.

Ahora refleja fuerza y seguridad; muestra orgullo de quien es y de lo que tiene; ilusión por lo que le queda por hacer; sabiduría porque es consciente de que caerá de nuevo y volverá a levantarse... Y de todo lo que le queda por aprender y vivir.

Y me miro y no puedo evitar sonreír a aquella persona que refleja el espejo. La observo con ternura y agradecimiento por todo lo que me ha dado; por la multitud de cosas que me ha enseñado en todos estos años que hacen que hoy esté aquí y sea quien soy.

Y sé que algún día de estos - ¡Dios sabe cuándo! - volveré a mirarme en ese espejo. 

Y, entonces, me reconoceré.

Porque esa imagen ya no será la de una desconocida. 

jueves, 27 de junio de 2013

Crea un destino que puedas amar

Últimamente leo mucho un pequeño fragmento de Así habló Zaratustra que me pasó alguien muy importante para mí. 

Cuando me lo dio, me pidió que lo leyera y que en el momento en el pudiera responder se lo hiciera saber. Finalmente - creo que realmente vio que no sacaba ninguna conclusión razonable ni "adecuada" para mí - me envió la interpretación que se hacía del mismo.

El caso es que desde hace unos días no dejo de tenerlo en la cabeza; leo el texto y su interpretación. Y, luego, me quedo pensando en ello... Incluso me he sorprendido dándole vueltas mientras iba en el autobús o haciendo cualquier tarea cotidiana.

Es por eso, porque creo que, al igual que a mí, les puede servir a más personas, que he decidido copiarlo aquí:

"¿Qué ocurriría si algún día o alguna noche, un demonio llegara a ti, en lo más solitario de tu soledad, y te dijera: “deberás vivir la vida, tal como la vives, una e innumerables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, sino que tendrás que volver a sentir cada dolor y cada gozo, cada pensamiento y cada suspiro, todo lo indescriptiblemente pequeño y grande de tu vida, todo, en la misma sucesión y secuencia, incluso esta araña, esta luz de luna entre los árboles, aun este momento y a mí mismo. El eterno reloj de arena de la existencia se da vuelta una y otra vez y tú con él ¡oh, mota de polvo!” ¿No te arrojarías acaso al suelo y rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que así te habló? ¿O experimentarías una tremenda sensación que te llevara a responderle: “eres un dios y nunca oí cosa más divinal que ésa”? Si esta idea se apodera de ti, te cambiaría, o, quizá, te aplastaría."

Bien, ahora escucha en silencio tu elección y piensa en ello. 

El pasado no se cambia, pero el futuro está en nuestras manos; así que, ¿no merece la pena crearse uno del que luego no vayamos a arrepentirnos?

Solo piénsalo...


Gracias, M.C.

domingo, 16 de junio de 2013

De todo se aprende

Está claro que las relaciones son complicadas. Y no me refiero solo a las de parejas; no, sino a las de amistad, a las familiares... a todas aquellas en la que exista un vínculo emocional. 

Y es que bien es cierto que todos somos diferentes y que, muchas veces, nos cuesta adecuarnos o entender a la otra persona. Y llega la ruptura.

No pretendo hacer aquí un listado de motivos por los que se rompe una relación; primero, porque sería interminable; segundo, porque me parece absurdo. Sí, me recuerda un poco a cuando alguien va al médico y, tras explicarle los síntomas que padece, lo único que le importa es saber qué es lo que tiene; bien, entiendo que "ponerle un nombre"puede dar tranquilidad, pero considero que lo realmente importante es saber cómo ponerle solución a aquello que pasa. Sea lo que sea.

Pues bien, desde mi punto de vista, con las rupturas emocionales sucede un poco lo mismo; ¿acaso vamos a arreglar algo dándole vueltas y más vueltas a lo que ha sucedido? ¿No sería más efectivo pararnos a pensar las cosas buenas que hemos sacado de ello? Desde mi propia experiencia, creo que sí.

Y con ello no quiero decir que no haya que pasarlo mal; es más, creo que esos sentimientos de tristeza y dolor son sanos y "adecuados" en esas situaciones, pero también estoy convencida de que no estaría de más hacernos una serie de preguntas que nos ayudarían en el momento y, sobre todo y más importante, en un futuro.

¿Y cuáles son esas preguntas? Muy sencillo, simplemente plantéate:

1.- ¿Qué he aprendido de esta relación que me pueda ser útil para mi futuro emocional?
2.- ¿Qué he aprendido de la otra persona?
3.- ¿Qué he aprendido de mí?

Puede que en un primer momento no veas nada positivo; pero, esfuérzate un poco, solo un poquito, y verás como esas respuestas van apareciendo.

Y recuerda: en la vida, nada sucede por casualidad; solo tenemos que abrir bien los ojos, la mente y el corazón y darnos cuenta de que de todo y de todos podemos aprender un montón de cosas.

Pero la decisión es solo tuya.

viernes, 7 de junio de 2013

Sin echar la vista atrás

¿Qué meter en aquella minúscula mochila? 

No tenía muy claro qué era lo que debía acompañarle en su nueva andadura y, tal vez, aquella bolsa era demasiado pequeña...; sin embargo, cuando la vio ahí, olvidada en el fondo del armario, supo que ella debía ser su compañera de viaje.

Sin pensarlo demasiado, cogió aquel libro, su cuaderno en blanco y un lapicero e introdujo todo en la mochila de cuero desgastado.

Después, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y, apoyando la espalda en la pared de aquella habitación que pronto dejaría de ser suya, se permitió cerrar los ojos unos instantes, echar la cabeza hacia atrás e inhalar intensa y lentamente ese aroma que invadía su vida.

Abrió los ojos. Con decisión, se puso en pie, agarró de una sacudida la bolsa con sus futuras pertenencias y salió  la calle.

Con paso decidido comenzó a andar. 

Sin permitirse, siquiera, echar la vista atrás...

jueves, 23 de mayo de 2013

Pedir ayuda

¿Por qué nos resulta tan difícil pedir ayuda?

Supongo, que hay personas que, al hacerlo, creen que son más débiles o, incluso, se sienten vulnerables; otras, simplemente tienen miedo al rechazo, a la respuesta negativa; otros... No lo sé, me imagino que habrá multitud de razones para ello.

Sin embargo, es curioso como, una vez que lo haces, te das cuenta de que realmente lo que le estás diciendo a la otra persona no es "¡Ayúdame!, soy débil y no puedo solo", sino, más bien, algo como "Te pido ayuda porque confío en ti". Y, después, le coges el tranquillo...

Con ello no quiero decir que no debamos esforzarnos e intentar solucionar nuestros "problemas" solos, pero es importante que seamos capaces de discernir entre ese luchar por nosotros mismos y algo parecido a un orgullo solapado que nos impide mostrarnos como realmente somos: con nuestras virtudes y con nuestras carencias, como cualquier ser humano.

Y ¿cuál es el motivo de que, exactamente hoy, escriba esta entrada en mi blog? Pues no es otro más que ayer fui yo la que tuve el VALOR de pedir ayuda. Y, sí, escribo "valor" con mayúsculas porque, para mí, fue uno de los mayores logros que he hecho en los últimos meses. 

Y, ¿pasó algo? Pues sí. Pasó y mucho. Tanto que hoy soy capaz de estar redactando esta entrada en mi blog...

Fui capaz de pedir ayuda a dos desconocidos. Desconocidos que me escucharon, me ayudaron, me animaron y me hicieron darme cuenta de lo realmente necesario que es solicitar una mano cuando sientes que te falta la tuya.

Y no me siento más débil que ayer por la mañana, ni peor persona, ni menos adulta, ni nada por el estilo. Más bien, creo que siento todo lo contrario. 


viernes, 17 de mayo de 2013

Mi lista de miedos


Hace un par de meses, tuve que escribir "mi lista de miedos".

Como, después de varios años intentando comprender el complicado mundo de las emociones, he llegado a la conclusión de que, en mi caso, es esa la que siempre acaba surgiendo por encima de todas las demás, llené unas cuantas hojas encabezadas por una afirmación clara y categórica:

"Miedo a escribir mis miedos"

Pues bien, no sé por qué, el otro día la encontré y, cuando la releí, me sorprendí al comprobar que unas cuantas cosas de las que había ahí escritas ya habían sucedido. ¿Había sentido miedo?, ¿recelo, acaso? No. Ni siquiera me había dado cuenta de que habían formado parte de esos temores que, poco tiempo atrás, pensé que me paralizarían.

Hoy, he vuelto hacer la lista. Los miedos han cambiado. Y, tras leerla, he decidido romperla. Sé que con ello no van a esfumarse, pero también sé que no merece la pena "asustarse" por algo que realmente no sabes cómo te afectará cuando llegue a tu vida... Y eso, si es que llega.

Tal vez sea mejor no adelantar acontecimientos, ser precavidos y prestar atención a lo que sucede, pero nunca dejarnos paralizar por un temor que ni siquiera sabemos que existe.

Porque, como dice aquella cita: "No puedes conocer lo desconocido si te aferras a lo desconocido".

Ahí queda...

domingo, 31 de marzo de 2013

Afortunada

Hoy, me siento afortunada. No diré feliz, ni cosas de esas, pero sí: Afortunada, y, además, con mayúscula.

Y todo ha sido gracias a un gran amigo. Me ha hecho pasar una buena tarde - es de esas personas que tienen el don de alegrarte el día - y, después, cuando me he quedado sola, me he parado un momento y me he puesto a pensar en mí. 

Sí, es cierto que estos últimos meses están siendo bastante duros y, sin embargo, creo que hasta hoy no había sido consciente de lo que realmente tengo. Solo me había limitado a pensar en todo lo que había perdido, que, por otra parte, ha sido mucho. 

Y sí, me siento Afortunada. 

Tengo unos amigos maravillosos con los que tal vez no me vaya de copas, pero que siempre están ahí cuando los necesito; tengo una familia increíble que, aunque a veces alguno de sus miembros no me hable, me apoyan y me quieren incondicionalmente; tengo unos ex alumnos y ex compañeros de trabajo que todavía me echan algo de menos y se acuerdan de mí; tengo personas en la otra punta de España que me mandan mails dándome ánimos... 

Y cada mañana me puedo levantar, aunque a veces no me apetezca, y sonreír porque hace sol o renegar de la maldita lluvia que no soporto y no para de caer en esta ciudad. 

Tengo la suerte de poder ver el mar de vez en cuando; vale, no tanto como quisiera, pero algo es algo... 

Y, por supuesto, tengo toda una vida por delante que comienza ahora y que pretendo disfrutar y aprovechar. 

¿Se pueden pedir más cosas? Seguro que sí, pero no me importa. Lo que realmente importa es ser capaz de darse cuenta de todo lo que tenemos, no de todo lo que nos falta o hemos perdido. 

Y a mí me ha sucedido hoy. Creo que nunca es tarde para darse cuenta de ello.

martes, 26 de marzo de 2013

El duelo

El duelo. Parece que todo el mundo sabe de él. 

Yo no.

Como siempre, he acudido al DRAE y, realmente, no me ha sacado de dudas; su primera acepción dice: "Dolor, lástima, aflicción o sentimiento.", y la segunda: "Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien." Pues bien, yo siento dolor, lástima, aflicción y, muchos sentimientos; pero, gracias a Dios, no he sufrido la muerte de alguien.

Y, aun así, creo que, por primera vez en mi vida y a mi edad, que no soy exactamente una jovencita, estoy viviendo mi primer duelo. Como ya he dicho, poco sé de las teorías y explicaciones que existen al respecto - si he de ser sincera, tampoco me he molestado en leerlas ni he puesto la famosa palabrita en la barra de ningún buscador de internet -, pero aquí estoy, sufriendo no una muerte, sino la pérdida de prácticamente toda mi vida. 

Sí, soy sincera: siento tristeza, fracaso, desesperanza, vacío y un agujero enorme que ocupa todo mi estómago. ¿Es eso lo que se siente cuando se pasa la etapa que los psicólogos llaman de "duelo"? Si es así, en ello estoy; si no, no tengo ni idea de lo que estoy pasando... Solo sé cómo me siento y que, tal vez tenga razón aquel que dice que, al no haberlo vivido en situaciones en las que debería haberlo sufrido, ahora es todo más fuerte e intenso. Probablemente sea cierto; al fin y al cabo, se trata de alguien que sabe de lo que habla y en quien confío plenamente, tanto a nivel personal, como, por supuesto, profesional.

También me aconsejan continuamente eso de "Permítete sufrir, por una vez en la vida"; y, a veces, hasta me entra la risa... ¡Me resulta tan duro llevarlo a cabo! De hecho, creo que tal vez esto sea lo más difícil que he hecho en estos casi 36 años. Pero aquí estoy, dejándome llevar; nadando cuando puedo, flotando cuando me faltan fuerzas y con el consuelo, cierto o no, de que todo ello me hará construir una Elisa más fuerte y, sobre todo, más viva.

A los que me leéis, sé que no estáis acostumbrados a que escriba este tipo de cosas, pero así es la realidad y no soy dada a mentir. No pretendo daros lástima - ¡eso sí que no, por favor! -, solo compartir con vosotros que no soy todo sonrisas y buen rollo, que me entristezco, que lloro, que sufro, que trato de emplear en mí misma todo eso que "predico", pero que, hay ocasiones en las que resulta realmente difícil...

Supongo que así es la vida.

Sé que lo entenderéis. Solo queda daros las gracias.

lunes, 4 de marzo de 2013

Decisiones difíciles

Cada día, antes incluso de levantarnos de la cama y sin ser conscientes de ello, tomamos multitud de decisiones: qué ropa ponernos, cómo tomar el café, qué transporte utilizar para llegar a nuestros quehaceres...; sin embargo, no todas las decisiones resultan tan sencillas.

¿Cuántas veces debemos tomar una decisión en la que la mente y el corazón no se ponen de acuerdo? Y no solo eso, sino que, al hacerlo, debemos tener en cuenta lo que conllevará, tanto para nosotros como para otros implicados, y asumir las consecuencias que pueda acarrear la elección. Sí, porque al fin y al cabo, una decisión no es más que eso: elegir.

Está claro que todo sería perfecto si nuestros sentimientos, pensamientos y actos estuvieran en concordancia; entonces, todo resultaría fácil, pero, de ser así, ¿dónde queda la eterna lucha entre la mente y el corazón, entre el deber y el querer?

Sé que muchos aconsejarían guiarse por el corazón, y no digo que en ocasiones no esté bien, pero ¿es siempre adecuado?, ¿se debe hacer aún a sabiendas de que es algo que no nos conviene? ¿Estaríamos escapando de un posible futuro sufrimiento o estaríamos luchando por lo que realmente queremos? ¿Sería, simplemente, que somos extremadamente "emocionales"? 

Y, por el contrario, si elegimos la mente, el deber, ¿somos cuadriculados y fríos, o simplemente "maduros"?, ¿seríamos conformistas, o luchadores sin miedo al dolor que nos pudiera causar tomar esa decisión?

Ojalá tuviera la respuesta.

Pero no, desgraciadamente, no la tengo. Y lo peor es que, encontrarte ante esa tesitura, te hace sentir perdido y desconcertado, te hace sentir miedo a tomar el camino equivocado - aunque bien es cierto, que no irrevocable -; y cada día te sometes a una presión mayor porque tu corazón siente más y tu mente te repite una y otra vez que te dejes guiar por ella. Y tienes cada vez más prisa por decidir, por "quitarte de encima" ese peso que cada vez abruma más. Y sigues con las dudas. Y te planteas cerrar los ojos y jugártelo a cara o cruz. Y tal vez sería lo más acertado...

Ojalá tuviera la respuesta. Ojalá.

lunes, 18 de febrero de 2013

Una nueva despedida

De nuevo, me he despedido de la inmensidad del mar con un "hasta pronto". 

De nuevo, ha cumplido todas las expectativas que había depositado en Él. 

Y no es que le pida poco; es más, creo que le solicito más que a cualquier familiar, amante o amigo, pero Él siempre está ahí, dándome serenidad, claridad, fuerza; escuchándome, cubriéndose con mis lágrimas y poniendo su singular melodía a mis risas...

Aunque bien es cierto que grandes maestros de la poesía le han dedicado maravillosos versos, muy a mi pesar, yo no soy poetisa y la verdad es que creo que nunca se me ha dado excesivamente bien escribir poemas; así que la única manera que me queda de agradecerle todo lo que me da en cada uno de nuestros encuentros son mis palabras, mis escritos y los recuerdos que llevo en mi interior. Recuerdos a los que me aferro cuando empiezan a disiparse. Palabras y escritos que me repito a mí misma cuando me embarga la necesidad de ver su magnitud, de oler su aroma, de sentir su brisa y escuchar su música.

Y ahora, alejándome poco a poco de Él, solo puedo desear que todo lo que me ha hecho sentir, toda la fuerza que me ha dado, no se desvanezca rápidamente con el bullicio de la gran ciudad y que, por fin, pueda llegar el día en que cambie ese "hasta pronto", por un simple "ahora vuelvo".

domingo, 10 de febrero de 2013

Hay cosas que no cambian.

Hoy he vuelto a comprobar que hay cosas que no cambian; es más, espero que nunca lo hagan...

Tarde de domingo. Clase de español. Sé que a cualquiera, al escuchar estas frases, le vendría a la cabeza palabras como "pereza" o "aburrimiento". Normal.

Pues bien, debo de ser muy rara porque lo que siento ahora mismo, tras dos horas dentro de un aula dando clase de español a 16 alumnos adultos de distintas nacionalidades, no tiene nada que ver con esos dos conceptos que he nombrado anteriormente ni con nada que se le parezca. No. Me siento ilusionada y con energía. De nuevo he vuelto a cerrar esa puerta del aula y sonreír; de nuevo he vuelto a tener esa especie de nervios por el cuerpo que se repite cada vez que inicio un nuevo curso y que se esfuma, como por arte de magia, cuando veo las caras de mis alumnos.  Y, una vez más, he comprobado lo gratificante que resulta todo ello.

Ahora mismo, mientras en la calle llueve y yo escribo tranquilamente, recuerdo cada una de sus caras, cada una de las historias que me han contado sobre su vida y sobre el porqué de dejar sus países de origen para comenzar de cero en España. Sonrío al recordar las preguntas que me han hecho sobre mí (sobre todo esa de : "Elisa: ¿usted siempre sonríe?"). Me ilusiono ante el interés que muestran por aprender y por compartir conmigo sus experiencias, dudas y necesidades en un país extranjero como es para ellos el nuestro. Y me siento orgullosa. Orgullosa de mí y, sobre todo, de ellos.

Es cierto que el curso solo durará unos meses y que tal vez no vuelva a tener a ninguno de ellos como alumno, pero, lo que tengo claro, es que su paso por mi vida no me dejará indiferente. Y me gusta. 

Porque hay cosas que no deseo que cambien.

martes, 29 de enero de 2013

Una segunda oportunidad

Hay veces que la vida te da una segunda oportunidad. 

Es cierto que en muchas ocasiones, cuando esto sucede, nos encontramos hundidos y sintiendo que lo hemos perdido todo; tan, tan hundidos que ni siquiera somos capaces de levantar un poco la vista para ver aquello que la vida, el cosmos, o quién quiera que sea, nos brinda. 

Lógicamente, podemos seguir ahí, al fin y al cabo no es fácil salir de ese tipo de situaciones, preguntándonos qué ha sucedido y entristeciéndonos por nuestra situación; pero, ¿por qué no mirarlo como un comienzo, un inicio, un tiempo para nosotros mismos?

Sí, definitivamente puede resultar harto complicado, pero creo que merece la pena esforzarse por verlo; esforzarse por comprender que tenemos ante nosotros un lienzo en blanco para pintar con todos los colores que queramos; que tenemos un nuevo libro con todas sus páginas inmaculadas esperando a que las rellenemos con nuestros deseos, nuestras experiencias, nuestros nuevos logros y nuestros nuevos fracasos. 

¿Y si no lo hacemos? Bueno, en ese caso nunca sabremos cuándo llegará una nueva...

lunes, 21 de enero de 2013

Gracias

Si bien es cierto que no suelo hablar de mí en el blog por considerarlo demasiado "público", creo que hoy haré una excepción. El motivo no es otro más que quiero dar las gracias y, siendo así, me gustaría que llegase al mayor número de gente posible.

Pues bien, el pasado septiembre comencé a trabajar en un colegio dando clase de lengua y literatura a grupos de la ESO y Bachillerato. Recuerdo que, después de haber estado el último año ejerciendo de profesora de adultos y extranjeros y de mi última experiencia en secundaria, no demasiado recomendable, me sentía totalmente abrumada con la idea de volver a dar clase a adolescentes; abrumada y, por qué no decirlo, con bastante miedo y nerviosismo. El primer día fue bien (el primer día siempre va bien) y el resto también. Me hicieron sentir a gusto, disfrutaba de mis clases, me reía y tenía la sensación de que existía ese "feedback" tan de moda en la actualidad y tan importante en un aula. También comencé a poner en práctica mis conocimientos, recientemente adquiridos, sobre Inteligencia Emocional, PNL y, por qué no, un poquito de coaching. 

Como de costumbre, el aula era mi lugar. Esa sensación de cerrar la puerta y sentirte tú mismo; de olvidar todo lo que sucede fuera, los problemas, las desilusiones y decepciones, de compartir con tus alumnos experiencias que, aunque ellos siempre creen que no sirven para nada más que para perder el tiempo y "no dar clase", tú, en tu interior, eres más que consciente de que les calará y esperas que, en un futuro, puedan recordarlo y emplearlo positivamente. Esas sensaciones que, creo y espero, todo profesor conoce.

Debido a las circunstancias de la vida, al destino o a cómo queramos llamarlo, llegaron las ansiadas vacaciones de navidad y yo, que siempre elijo buenos sitios para pasarlas, en vez de irme al Caribe, estuve hospitalizada en una clínica madrileña. Y, supuestamente, ahí acabó mi relación con todos esos chicos de entre 12 y 17 años con los que había compartido los últimos meses de mi vida. Al salir del hospital, todavía de baja, me encontré con que me habían despedido del trabajo y, por motivos que desconozco y que tampoco vienen ahora a cuento, no pude despedirme de ellos.

Los que ya me conocéis un poco, creo que os podéis hacer una idea de cómo me sentí. No darles ninguna explicación, no poder decirles ni un "hasta luego"... ¡Y con todo lo que quedaba por hacer!

En fin, era algo contra lo que yo no podía luchar, así que traté de aguantarme y diríamos "tragármelo" como pude.

Sin embargo, cuál fue mi sorpresa cuando en mi cuenta de twitter empezó a aumentar de una manera increíble mi número de seguidores. Todos ellos alumnos de este colegio preguntando por mí y dándome las gracias por haber sido su profesora. Y fue entonces cuando recordé por qué me dedico a lo que me dedico; y fue entonces cuando comprendí, una vez más, que los adolescentes, en la mayoría de los casos, solo necesitan ser escuchados y sentir que pueden confiar en sus profesores. Y confirmé que, mal que les pese a determinados centros de enseñanza, existe otra manera de impartir clase; una manera que, egoístamente, hace que en momentos como el que paso actualmente, me sienta orgullosa de mi trabajo y halagada por todos mis alumnos. Igualmente, todo ello me hace ver las grandes personas que son ellos y, desde aquí, querría animarlos a que no cambiaran.

Por todo ello, chicos, solo puedo daros las gracias: gracias por ponerle mi nombre a una guitarra, gracias por seguir poniendo mi nombre en el parte cada mañana, gracias por todos los mensajes que me habéis mandado y, por supuesto, gracias por haberme dejado compartir con vosotros estos cuatro meses de vuestra vida.

Un abrazo kinestésico y fuerte a todos.

miércoles, 16 de enero de 2013

¡Qué suerte!

Como creo que ya he comentado en alguna otra ocasión, estoy convencida de que las cosas no suceden por casualidad, de que todo pasa por algo y de que de todo y de todos podemos aprender. Sin embargo, últimamente, le he dado muchas vueltas a la idea de tener o no tener suerte en la vida; ¿cuántas veces habremos dicho u oído comentarios como: "¡qué suerte tiene esa persona, siempre le sale todo bien!". 

Pues bien, personalmente, no creo que sea cuestión de suerte; es más cada día estoy más convencida de que lo que nos sucede viene motivado por nuestras acciones, nuestros comportamientos y, por qué no, nuestros pensamientos.

Tal vez, despiertes un día y parezca que tu vida se ha roto en mil pedazos; tal vez sea así y te derrumbes, pero párate a pensar qué es lo que ha motivado todo eso: ¿la suerte? Es muy probable que no. En cierto modo, la "suerte" no se busca, sino que se trabaja día a día; con caídas y puestas en pie, con Actitud, que a veces nos resulta difícil de encontrar, con esfuerzo, tristezas y alegrías.

¡Pobre suerte! Si realmente supiera la cantidad de veces que le hemos echado en cara cosas totalmente ajenas a ella...

Así que, cuando pienses que las cosas te van mal, cuando te vayan mal de verdad, cuando tu mundo se desmorone y no sepas hacia dónde tirar, respira hondo, detente y piensa qué te ha llevado hasta ahí. Llora, si tienes que llorar. Sonríe con los recuerdos bonitos que lleguen a tu cabeza. Y levántate para empezar de nuevo; esta vez, creando tú tu propia suerte. 

Yo, estoy en ello porque, como dice uno de mis proverbios favoritos: "si te levantas una vez más de las que caes, saldrás adelante"

Sólo queda desearos "suerte" para todos.