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¿Cuántas veces debemos tomar una decisión en la que la mente y el corazón no se ponen de acuerdo? Y no solo eso, sino que, al hacerlo, debemos tener en cuenta lo que conllevará, tanto para nosotros como para otros implicados, y asumir las consecuencias que pueda acarrear la elección. Sí, porque al fin y al cabo, una decisión no es más que eso: elegir.
Está claro que todo sería perfecto si nuestros sentimientos, pensamientos y actos estuvieran en concordancia; entonces, todo resultaría fácil, pero, de ser así, ¿dónde queda la eterna lucha entre la mente y el corazón, entre el deber y el querer?
Sé que muchos aconsejarían guiarse por el corazón, y no digo que en ocasiones no esté bien, pero ¿es siempre adecuado?, ¿se debe hacer aún a sabiendas de que es algo que no nos conviene? ¿Estaríamos escapando de un posible futuro sufrimiento o estaríamos luchando por lo que realmente queremos? ¿Sería, simplemente, que somos extremadamente "emocionales"?
Y, por el contrario, si elegimos la mente, el deber, ¿somos cuadriculados y fríos, o simplemente "maduros"?, ¿seríamos conformistas, o luchadores sin miedo al dolor que nos pudiera causar tomar esa decisión?
Ojalá tuviera la respuesta.
Pero no, desgraciadamente, no la tengo. Y lo peor es que, encontrarte ante esa tesitura, te hace sentir perdido y desconcertado, te hace sentir miedo a tomar el camino equivocado - aunque bien es cierto, que no irrevocable -; y cada día te sometes a una presión mayor porque tu corazón siente más y tu mente te repite una y otra vez que te dejes guiar por ella. Y tienes cada vez más prisa por decidir, por "quitarte de encima" ese peso que cada vez abruma más. Y sigues con las dudas. Y te planteas cerrar los ojos y jugártelo a cara o cruz. Y tal vez sería lo más acertado...
Ojalá tuviera la respuesta. Ojalá.
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