sábado, 22 de diciembre de 2012

El cambio solo está en ti

Ayer, alguien muy querido por mí me envió un correo electrónico con un asunto que decía: "Felices fiestas". Lo abrí pensando en que sería una de esas típicas felicitaciones que circulan ahora por la red y que, a mi modo de ver, desgraciadamente, han "desbancado" a las tradicionales que llegaban por correo ordinario y que te hacían sonreír cuando abrías el buzón y encontrabas una en su interior... (También he de decir que yo todavía tengo la suerte de recibir alguna...); sin embargo, mi sorpresa fue inmensa al leer lo que en el correo ponía. No sé si realmente es una felicitación de Navidad, pero tengo claro que, a partir de hoy, lo tendré cerca para poder repetírmelo siempre que lo necesite.

Aquí lo dejo, para que vosotros también podáis disfrutar de ello:

"Si quieres sonreír, solo tienes que Sonreír.
Si quieres amor, solo tienes que Amar.
Si quieres ser feliz, solo tienes que ser Feliz.

¿DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA...?

Pon atención constante en aquello que te priva el Sonreír,
Pon atención constante en aquello que te impide Amar,
Pon atención constante en aquello que reprime tu Felicidad,
Y sepáralo, como el agua separa al aceite...

¿DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA...?

Sé vigilante de tus acciones,
Sé vigilante de tus palabras,
Sé vigilante de tus pensamientos... ¡Qué puede pasar...!

¿DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA...?

Desecha tus acciones dañinas,
Desecha tus palabras ofensivas,
Desecha tus pensamientos egoístas... ¡Qué puede pasar...!

¿DÓNDE ESTÁ EL PROBLEMA...?

Si quieres sonreír, solo tienes que Sonreír.
Si quieres amor, solo tienes que Amar.
Si quieres ser feliz, solo tienes que ser Feliz. 

¿LO ENTIENDES...?"

N. Wangjor

Gracias, Max McHoney. Gracias, N. Wangjor (Sangchen Norbu Ling)






sábado, 8 de diciembre de 2012

Tan distintos y tan iguales...

Los miro y ahí están. Como nosotros hace unos cuantos años... Sentados frente a un folio lleno de preguntas, de fórmulas químicas y problemas matemáticos, que, ellos suponen, han de responder a la perfección. Serios. Concentrados. Resoplando cuando no tienen algo claro... Parece que, al igual que a nosotros (entre los que, gracias a Dios, no me incluyo), nadie les ha explicado que en un examen no les va la vida...

Es cierto que la sociedad ha cambiado; que, parece ser - y digo "parece ser" porque no estoy tan segura de ello - que los intereses y las preocupaciones de los adolescentes de hoy en día no son los mismos que antaño (y con ello no me remonto a hace siglos, de lo que, obviamente, no puedo hablar, sino a un par de generaciones); sin embargo, continúan teniendo las mismas dudas sobre sí mismos, sobre su futuro y personalidad, los mismos problemas con sus padres, las mismas experiencias amorosas, los mismos deseos y frustraciones...

Y ahí, mirando cómo se rascan la melena mientras tratan de realizar un examen, me planteo, una vez más, la conveniencia de enseñar a todos esos chicos lo que es la Inteligencia Emocional; la patente utilidad de mostrarles las herramientas necesarias para poder valorarse de verdad, para conocerse, para respetarse - a ellos mismos y a los demás, por supuesto - para que, en un futuro, puedan ser personas íntegras y formadas a nivel afectivo; para que, en un futuro no tan lejano, sean ellos mismos capaces de salir de los baches y problemas que les surgirán en la vida y, por supuesto, sean felices. 

Está claro que hay temas inamovibles, que las hormonas y demás están ahí y que no se puede cambiar, pero, por eso mismo, ¿no creéis que merece la pena "echarles una mano" en todo aquello que podamos?

Yo, por el momento en el que me tocó vivir la infancia y adolescencia, no tuve ese aprendizaje; sin embargo, he tenido la suerte de conocerlo algo más mayor, de disfrutarlo, de llorar con lo que he descubierto sobre mí misma, de comprender qué es lo que hay en mi interior y de tratar de cambiar aquello que no me gusta o me hace daño... Sí. Yo lo "descubrí" a los treinta y tantos, pero...: ¿por qué no darles a ellos la oportunidad de descubrirlo ya?

domingo, 2 de diciembre de 2012

La almohada quejumbrosa (II)

Anoche le eché valor y conseguí hablar con mi almohada. Y digo "le eché valor" porque, aunque parezca que no, siempre hay que hacerlo cuando nos disponemos a hablar con un buen amigo de algún tema importante.

Pues bien, decidí poner las cartas sobre la mesa y tuvimos una larga conversación. En un primer momento, yo no comprendí por qué se quejaba - o, mejor dicho, se enfadaba - tanto. 

Le pregunté.

"Sí,- me respondió ella- yo estoy aquí para escucharte, para empaparme de tus lágrimas, para que me abraces fuerte cuando te sientas sola y perdida, para que acomodes tu mejilla sobre mí y tengas sueños placenteros. Pero - prosiguió serenamente - como todos los buenos amigos, necesito que también compartas conmigo tus ilusiones y alegrías; y me duele cuando veo que no eres capaz de sentir todo lo que tienes a tu alrededor. Desde aquí, todo se ve, todo se escucha, todo se siente, y, en numerosas ocasiones, no comprendes que no hay tanto motivo para derramar lágrimas. Realmente, lo de menos es si estornudo o me enfrío un poco, sé que tú me cuidarás, pero me hace daño que no veas las cosas..."

Realmente, no esperaba esa contestación; esperaba quejas y más quejas. Esperaba que me echara en cara una retahíla de cosas y, sin embargo, encontré como, sin darme cuenta, mi almohada, mi querida almohada, me había abierto los ojos y me había hecho comprender que, realmente, todos y cada uno de los días, sucede algo, aunque lo creamos mínimo y sin importancia, que hace que esa noche merezca la pena dormirse con una sonrisa.

Hemos hecho un trato: yo continuaré contándole mis "penas", que ella escuchará, como siempre, pacientemente, y, a cambio, yo, todas las noches le explicaré cinco buenas cosas que me hayan sucedido. Para que las dos, podamos descansar con una sonrisa en el rostro.