miércoles, 17 de febrero de 2016

Vuelta a la adolescencia

Hoy, por unas horas, he vuelto a sentirme adolescente...

No, no me he ido de "botellón" ni he pasado la mañana haciéndome "selfies"; simplemente, he tenido la suerte de compartir unas convivencia con dieciséis de mis alumnos.

Por motivos obvios, no hablaré aquí de todo lo que se ha vivido en esa sala, de las cosas que se han dicho ni de las dinámicas que se han hecho; pero sí quiero hacerlo de lo que yo he sentido. Y es que esos chicos me han demostrado, una vez más, que los adolescentes no son solo un montón de hormonas revolucionadas. Ellos me han hecho llorar, reír, enternecerme; me han hecho ver la capacidad de comprensión y empatía con la que cuentan, la creatividad e intuición que poseen. 

Con ellos, he recordado la importancia de expresar los sentimientos y lo mucho que vale el abrazo de un amigo en un momento determinado.

Gracias a ellos, he comprobado que, tanto a su edad como a la mía, seguimos teniendo esa inocencia que nos otorga el maravilloso "poder" de sorprendernos. He re-aprendido el gran error que estriba en poner etiquetas y dejarnos guiar por las apariencias...

Dejemos de pensar que solo les importan los videojuegos o los teléfonos móviles de última generación. Dejemos de pensar en ellos como chavales de 15 años con problemas "ridículos", "rebeldes sin causa" y sin preocupaciones ni ambiciones en la vida. Porque son mucho más que eso. 

Tal vez deberíamos plantearnos si muchos adultos no deberíamos aprender algo de ellos...


sábado, 9 de enero de 2016

"Trastorno tabú"

Cada día me sorprende más, y me disgusta, todo sea dicho de paso, cómo el término "depresión" se emplea de manera frívola y banal, llegando incluso a utilizar su acortamiento en momentos nada adecuados. Y, aunque sé que no se hace "de mala fe", considero que es algo lo suficientemente serio como para tratarlo con la importancia que merece. Es más, yo, que soy poco amiga de las estadísticas, esta vez me veo obligada a recurrir a ellas:

Según estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), este trastorno mental afecta a más de 350 millones de personas en el mundo, vaticinando que, en el año 2020, "será la segunda causa de incapacidad, solo detrás de enfermedades como los infartos, insuficiencia coronaria o accidentes cerebrovasculares."

Por otro lado, también me resulta llamativo el hecho de que, en los últimos años, numerosos personajes públicos de nuestra sociedad acudan a los medios de comunicación reconociendo que ellos mismos han sufrido - o sufren - este tipo de trastorno.

Sin embargo, yo me pregunto: ¿qué sucede cuando el que lo padece es una persona "de a pie" y no alguien conocido? Vistas las estadísticas antes mencionadas, me aventuraré a afirmar que, lo sepamos o no, es probable que en nuestro entorno más cercano exista alguien sufriendo por ello.  No faltará a trabajar, y, si lo hace, es probable que alegue que el motivo es otro, hablará poco de sí mismo, evitará relacionarse y tener conversaciones sobre temas personales y, en el caso de que no le quede más remedio, simplemente dirá que "está pasando por una mala época". Y es que, ¿acaso hay tanta diferencia social entre pasar una gripe y una depresión?, ¿no son ambas enfermedades?; entonces, ¿por qué tenemos que ocultarlo? 

Tal vez, alguien que lea esto me contestará que no hay porqué hacerlo. No, no debería ser así, pero, a esas personas, las invito a que lo hagan y prueben a ver qué ocurre con su puesto de trabajo, su entorno laboral e incluso, en ocasiones, social y familiar.

No pretendo ponerme pesada ni incisiva, pero, sinceramente, no lo entiendo. Se supone que nuestra sociedad ha evolucionado - y quiero pensar que lo ha hecho...- y, sin embargo, seguimos tratando determinadas enfermedades como  algo tabú, como trastornos que es mejor ocultar...

¿Hipocresía? ¿Miedo? ¿Desconocimiento? No lo sé, pero me parece que ya va siendo hora de que cambien las cosas.