sábado, 28 de abril de 2012

El niño de Marte


“A veces olvidamos que los niños acaban de llegar a la tierra. Son un poco como los alienígenas que llegan como un puñado de energía y puro potencial en una especie de misión exploratoria e intentan aprender lo que significa ser humano. Por algún motivo, Dennis y yo buscamos en el Universo y nos encontramos el uno al otro. Nunca sabré cómo o por qué, pero descubrí que puedo amar a un alienígena y él puede amar a una criatura. Y eso es lo bastante extraño para los dos”.

Así concluye El niño de Marte, película dirigida por Menno Meyjes y protagonizada por  John Cusack y Bobbie Coleman.

Hoy, después de verla, y sin siquiera apagar el reproductor de DVD, con la música final de fondo y los créditos paseándose por la pantalla de mi televisor,  me he puesto a pensar en lo que en ella sucede. Podría haberme quedado en una visión superficial, nada condenable, por otro lado, y sacar la conclusión de que sólo es una película más que nos habla de la importancia de la familia y de las relaciones; sin embargo, me ha hecho darle vueltas a la idea de la necesidad de afecto que todos poseemos y, especialmente, los niños.  En ella, se pone de relieve el hecho de que, por un lado, todos somos especiales, distintos, con nuestras virtudes y nuestras carencias, y, por otro, el que todas las personas, sin excepción alguna, necesitamos que se nos trate de entender y se nos dé muestras de cariño; sobre todo, cuando sentimos aquel miedo al abandono y la pérdida.

Igualmente, en El niño de Marte, se nos muestra como, en muchas ocasiones, todos nos sentimos fuera de lugar; y se plantea la eterna pregunta de si es positivo o no ser como los demás; de esta forma, ¿hay algún problema porque Dennis crea que es de Marte? Tal vez respondamos que sí, que tiene algún “defecto” o que está enfermo, pero, ¿y si pensamos que es sólo un niño de 6 años al que abandonaron cuando era pequeño y que ha ido pasando de familia en familia hasta encontrarse con David, escritor de ciencia ficción y viudo desde hace un par de años? Igual la respuesta se modifica...

Pues bien, como ya dice uno de los personajes al comienzo de la película, “todos los niños son de Marte y, al menos, éste lo reconoce”. Y estoy de acuerdo con él. Aunque yo no lo afirmaría sólo de los niños, sino que lo ampliaría a cualquier persona, de cualquier edad, porque, ¿acaso no tenemos todos nuestras rarezas?, ¿no es cierto que, en multitud de ocasiones, no somos capaces de comprender a los demás por sentirlos distintos a nosotros mismos?, ¿será que somos todos de Marte o tal vez sólo seamos únicos?

Mientras daba vueltas en mi cabeza a todo esto, tal vez por “deformación profesional”, he acabado trasladando mis pensamientos al aula, que, al fin y al cabo podría decir que es “lo mío”, y he comprendido una vez más que sólo puedo reafirmarme en la idea de que es de vital importancia que seamos capaces de ver a nuestros alumnos con todo el potencial que poseen; tratando de poner de relieve sus talentos, ayudándolos a descubrirse a sí mismos y acompañándolos en su camino hacia la valoración personal.

Como bien sabemos, la mayoría de las veces, esos niños, esos adolescentes "retraídos" o "problemáticos", sólo están demandando un poco de afecto y de comprensión. ¿Por qué no dárselo y hacerles ver que la vida en la Tierra ya es suficientemente complicada y bonita como para pensarse de otro planeta? Y, si desean seguir creyéndolo así, ¿por qué no, simplemente, acompañarlos en su aventura?

La búsqueda de la tranquilidad

Todos, incluso el más activo y, utilizando un adjetivo tan de moda, "estresado", buscamos la tranquilidad. Todos ansiamos ese estado de calma y paz que nos lleva a la serenidad y al bienestar con nuestro propio cuerpo y mente. Continuamente escuchamos consejos bienintencionados de los demás diciéndonos qué es lo que debemos hacer para hallarla: "descansa", "vete de viaje", "aparca el trabajo", "disfruta de los placeres de la vida"..., pero, el problema es que sólo nosotros mismos podemos descubrir el lugar y la manera de encontrarla.
Para una madre, la tranquilidad tal vez esté en saber que sus hijos se encuentran bien; otros la buscan, y la hallan, en disciplinas altamente efectivas como el yoga o la meditación; también hay personas que se sienten en paz reclinándose en el sofá del salón mientras beben a pequeños sorbos una infusión o un café caliente mientras escuchan su música preferida. Todo es válido. Ninguna opción es mejor que las otras. Simplemente, debemos mirar en nuestro interior, sentirnos y permitirnos disfrutar de esos momentos, de esos lugares y de esas personas que hacen que nos sintamos en paz y relajados; que hacen que nuestra mente y nuestro cuerpo se dejen llevar sin estar condicionados ni coartados por nada; que hacen que todo fluya...
Yo sé que, para mí, ese lugar está en el mar. Donde ahora me encuentro. Siento que sólo con mirar su inmensidad, el ir y venir de las olas, con escuchar el suave sonido que llega a mis oídos cuando rompen en la arena, una inmensa calma invade mi ser. También sé que esta sensación, que esta paz del alma de la que hablaba Séneca, sólo la encuentro cuando estoy cerca del reino de Poseidón, y que dentro de unos días, cuando nos despidamos y vuelva a mi lugar, resultará más difícil hallarla. No obstante, la llevaré en mi interior, consciente de que existe, de que soy capaz de sentirla; y, así, cuando necesite de nuevo recuperarla, me sentaré tranquilamente, cerraré los ojos y podré vivirla una vez más. 

viernes, 27 de abril de 2012

Ser mayor

Y tú, Sofía, ¿qué quieres ser de mayor?- Preguntó su profesora sacándola del ensimismamiento en que se encontraba.
Sacudiendo la cabeza como para echar fuera aquellas imágenes que le venían a la mente mientras miraba por la ventana, respondió titubeante: "Yo... de mayor... no sé; ¡quiero ser mayor!" Siempre contestaba lo mismo y, realmente, no entendía por qué los demás, cuando decía eso, la miraban con cara rara...

Ahora, transcurridos treinta y tantos años desde aquel entonces, se miraba al espejo sin poder olvidar aquella respuesta: "Ser mayor". Sí, cuando era pequeña, quería ser mayor para llevar las uñas pintadas de rojo y zapatos de tacón; para ser independiente y tener su propia vida. Sin embargo, se suponía que ya lo había logrado y, al ver su reflejo, no se sentía así. Sus uñas lucían un precioso esmalte color carmín y sus zapatos aumentaban considerablemente su estatura. Tenía un buen trabajo y una pequeña casa en la que vivía con su perro, un Welsh Terrier llamado Charlie; pero, aún así, ella seguía viendo a aquella niña de largas trenzas. A esa pequeña a la que todos protegían, a la que cuidaban y de la que decían que siempre estaba en su mundo...

Y ahí, frente a ella misma, con esos pensamientos en la cabeza, se planteaba qué era lo que sucedía. Tenía claro que no era aquello que vulgarmente denominaban "complejo de Peter Pan", pero no era capaz de discernir si lo que fallaba era su actitud o la de los demás. Siempre la misma pregunta. Siempre las mismas dudas. ¿Quién era ella? Tenía la sensación de que jamás se había mostrado como realmente era, sino como el resto quería verla. Inconscientemente hacía el papel de hija, de amiga, de novia, de jefa, y sentía que se había perdido en ellos... ¿Máscaras? Tal vez. Pero, ¿acaso no las llevamos todos? Se preguntaba incesantemente. No lo tenía claro... Sólo sabía que estaba cansada. Que, por fin, estaba dispuesta a ser mayor.

lunes, 23 de abril de 2012

Decálogo de deseos

1.- QUIERO que me cuiden, no que me traten como a una niña.
2.- QUIERO que me valoren, no que me adoren.
3.- QUIERO que me protejan, no que me aten.
4.- QUIERO que me vean, no que me miren.
5.- QUIERO que me dejen ser, no que me manipulen.
6.- QUIERO que me involucren, no que me aíslen.
7.- QUIERO que me escuchen, no que me oigan.
8.- QUIERO que no me hagan daño, no que me pidan perdón.
9.- QUIERO que vean mis defectos, no que me subestimen.
10.- QUIERO que me amen, no que me quieran.

¿Somos cómo nos vemos o cómo nos ven?

Me gustan los espejos. He de reconocer que siempre he sido una persona presumida aunque, a decir verdad, no creo que haya llegado jamás al punto del egocentrismo. Sin embargo, lo que me fascina de esos "utensilios" es el hecho de que nunca he tenido claro qué es lo que reflejan; ¿nos muestran cómo somos o sólo cómo queremos vernos? 

Tal vez a primera vista resulte una pregunta simple y tonta, aunque yo, ¡como no!, voy más allá... ¿Somos como nos vemos o como nos ven? Últimamente, es algo que me ronda constantemente en la cabeza. Sé que existen teorías al respecto, sé que se habla de "proyecciones", de "neuronas espejo", etc., pero yo, que tengo unos conocimientos bastante escasos sobre psicología y neurología, me planteo, simplemente, por qué, en muchas ocasiones, difiere tanto una visión de otra.

Resulta curioso cómo, cuando conocemos a una persona vemos en ella una serie de características, positivas y negativas, que más tarde, al profundizar en la relación, ella misma niega tenerlas. ¿Somos nosotros los que nos equivocamos o son ellos?

Ahora mismo, me viene a la cabeza una persona muy cercana a mí. Es madre de familia, una profesional ejemplar, guapa, inteligente y buena persona; tiene todas esas cualidades (y, sí, también tiene defectos) y, sin embargo, ella no se ve así. ¿Será que yo tergiverso la realidad?, ¿será que proyecto en ella lo que a mí me falta o lo que yo también tengo? No lo sé. Realmente, no consigo sacar nada en claro de todo esto...

Y es por ello, porque no sé muy bien cómo interpretarlo, que he tomado la decisión de que, a partir de ahora, cuando vea algo o positivo o negativo en los demás trataré de averiguar si yo también lo tengo o si, por el contrario, es lo que deseo. Creo que, de esta forma, conseguiré conocerme un poquito más a mí misma, corregir mis defectos y valorar mis virtudes.

En fin, que a lo mejor sólo es una "comedura de cabeza" de las mías... Aún así, os invito a que reflexionéis sobre ello y, por qué no, lo pongáis también en práctica... ¡A ver qué sucede! 

¡Mucha suerte!

domingo, 22 de abril de 2012

El "maestro" que no tuve.


Después de leer libros y libros, de organizar apuntes y subrayarlos, de hacer cursos vivenciales, buscar información y ver multitud de vídeos, me encuentro frente a una hoja en blanco tratando de comenzar la memoria final de mi máster.

Mi mente vaga por todos los conocimientos que he adquirido y, sin embargo, me siento incapaz de escribir sobre teorías y estudios que han hecho otros. Y vuelvo una y otra vez al punto de partida. 

Recuerdo por qué elegí este tema, "La gestión emocional en el aula", y rememoro continuamente mis experiencias en el mundo de la docencia.

Soy una de esas personas que tienen una gran "facilidad" para la asociación de ideas y, para bien o para mal, ello me hace ir más allá. No puedo quedarme en los recuerdos de mi labor ejercida como profesora, sino que mi cabeza se va a muchos años atrás; cuando yo era alumna.

Si saliéramos a la calle y preguntáramos a los transeúntes a qué se dedican y por qué lo hacen, muchos de ellos acabarán hablándonos de un profesor que les hizo ver lo que querían hacer en su vida. Y todavía más si, encima, su trabajo está relacionado con la enseñanza. 

Pues bien, en estos últimos días, he comprendido que no es mi caso. He tratado de encontrar a ese Maestro, con mayúscula, que me hizo "ver la luz" y comprender cuál era mi vocación. Y no lo he encontrado. Sé que tengo vocación por la enseñanza, pero también sé que ésta ha nacido de mí, de mi interior y que, gracias a ella, he podido comprobar que, cuando en un aula se muestran los afectos y se trata de potenciar los talentos de los alumnos, viéndolos como personas, con sus vivencias y virtudes, con sus experiencias y circunstancias, el aprendizaje resulta mucho más fácil, útil y gratificante. Y también el trabajo.

También sé que, si hubiera tenido ese "maestro" del que hablaba antes, las cosas hubieran resultado más sencillas. Y ese es mi porqué, mi motivo para escribir un trabajo de final de máster que verse sobre este tema. Y me aferro a él para plantarme delante del papel; para escribir casi cien páginas sobre ello; para confiar en que, tal vez, pueda resultar útil a otros profesores que, como yo, se plantean qué es lo que está fallando...

jueves, 19 de abril de 2012

Nuestra riqueza interior

- ¿Qué pasa, Jaime? Te veo un poco distraido, no sé, como triste.

Jaime, que hasta ahora había caminado con la cabeza baja, la levantó dirigiendo la mirada a su abuelo y, mientras continuaba dando patadas a las pequeñas piedras que encontraba por el camino, le contestó con tono serio y profundo, bastante en desacorde con su edad:

- Nada, abuelo. Sólo pensaba en lo bonitas que son las flores, en sus colores, en el azul del cielo y en lo grandes que son las montañas. Veo esos árboles fuertes y me parece que han estado ahí siempre y que nada puede tirarlos...

- Pero eso no es malo, cariño. - Contestó su abuelo con ternura.

- Sí, sí lo es. Porque, ¿por qué ellos son así y yo sólo un niño que va al cole, y mi seño me corrige las sumas en rojo, ¿sabes? ¡siempre me salen mal!, y llevo gafas y todavía soy pequeño... ¡No tengo el color de las flores ni del cielo, ni la fuerza de los árboles ni de las montañas!

En ese momento, el abuelo se detuvo y, sentándose en una gran piedra que allí había, cogió con delicadeza a su nieto del brazo para que se acercara a él.

- Verás, tú ahora no tienes el rojo de esas amapolas, ni eres grande como ese arce; pero, ellos antes fueron una semilla y no se preguntaron si iban a ser tal o cuál árbol. Simplemente crecieron. Y tú, Jaime, harás lo mismo. En tu interior hay tesoros escondidos, hay riquezas empolvadas, hay... ¡tantas cosas buenas! Sólo tienes que verlas y dejarlas crecer.

- ¿Cómo la semilla, abuelo? - Preguntó intrigado Jaime con una medio sonrisa en la boca.

- Exacto. Tú tienes una gran semilla dentro de ti. Déjala crecer, sácala y compártela con los demás. Verás como, después, cuando lo hagas, te sentirás como esas flores y árboles a los que admiras; como el cielo y las montañas.

- Vaaale - Respondió Jaime impaciente - Venga, vámonos ya que quiero jugar al fútbol.

Y abuelo y nieto, ambos sonrientes, reanudaron el camino a casa.

Todos llevamos una semilla dentro. Todos tenemos en nuestro interior riquezas empolvadas, tesoros escondidos... Sólo hace falta mirar hacia nosotros mismos, reconocerlos y hacer que crezcan hacia el exterior.

lunes, 16 de abril de 2012

Lunes: un buen día para comenzar

Lunes. Para la mayoría de nosotros, un día complicado... 

¿Y si intentáramos cambiarlo? Os propongo un reto; es algo de lo que ya he hablado aquí en otras ocasiones, pero hoy, primer día de la semana, con un montón de días y trabajo por delante, tal vez estaría bien comenzar con ello.

¡Allá va! Sé que muchas personas, entre las que me incluyo, ya lo estamos haciendo, y que otras, con o sin razón y siendo ese pensamiento totalmente respetable, se muestran bastante escépticas a llevarlo a cabo. Para las primeras, será sólo un recuerdo; para las segundas, sólo deciros que no perdéis nada, así que, ¿por qué no intentarlo?

Veréis, es tan simple, o tan complicado, como comenzar a modificar nuestro lenguaje. Y no me refiero sólo a eliminar el "no", sino a mucho más. Está más que comprobado que todas las formulaciones negativas que recibe nuestro cerebro nos hacen entrar en un bajo estado de ánimo, disminuyen nuestra autoestima y, en ocasiones, hacen que no veamos realmente cómo somos; por el contrario, si transformamos esas formulaciones en positivas, descubriremos que nos encontramos mucho mejor, con más fuerza y vitalidad, con energía y con la idea de que, realmente, podemos conseguir lo que nos proponemos.  

Tampoco es una tarea que se pueda llevar a cabo de la noche a la mañana; primero, deberíamos pensar en cuáles son esas frases o palabras negativas que nos repetimos constantemente a nosotros mismos. Pueden venir motivadas por un fracaso pasado o, simplemente, porque se las hemos oído decir a otros (ufff, cuánto influyen los demás...) y son totalmente personales. No estaría de más hacer una lista con ellas y, ya de paso, mirar cómo nos sentimos cuando las escribimos o decimos... ¿te sientes bien? Seguro que no, así que, ¡allá vamos! A continuación, simplemente, escribe lo mismo de manera más positiva y vuelve a pensar en cómo te sientes; ¿cambia algo? Si la respuesta es afirmativa, ¿no crees que merece la pena comenzar a modificarlo? (vuelvo a repetir que, si no ha sucedido nada, sólo habrás perdido unos minutos de tu tiempo, así que tampoco tiene demasiada importancia...)

Como tal vez alguno está pensando que no tiene demasiado claro cómo hacerlo, aquí os dejo una serie de ejemplos. Podéis completar la lista con los vuestros propios, modificarla, planificarla para cambiar un par de frases al día, a la semana... y veréis cómo todo se ve de otra manera.

Formulaciones negativas                           Formulaciones positivas

Rechazar                                                   Malentender
Exigir demasiado                                         Estar muy ocupado
Tonto                                                       Queda mucho por aprender
Deprimido                                                 No totalmente feliz
Preocupado                                               Interesado
...

¡Incluso podríamos reformular las positivas y convertirlas en algo todavía mejor! ¿Por qué no, "lo mejor" en lugar de "muy bueno"? o ¿"cargado de energía" en vez de "activo"...?


Ahí os lo dejo. Os invito a que lo probéis, os queráis y disfrutéis de vosotros mismos y de las miles de capacidades que poseéis en vuestro interior.



sábado, 14 de abril de 2012

Cuando se cansa el corazón

Sólo sé escribir desde el corazón. Y es cierto que, a veces, eso no es demasiado bueno; al menos, no en los días como hoy en los que se siente desanimado y abatido. No en esos momentos en los que duda de conseguir lo que realmente quiere y piensa, incluso, en tirar la toalla.
Sin saber muy bien por qué - creo que más bien es cosa de mi querido amigo el subconsciente -, no deja de venirme a la cabeza el eslogan de una famosa campaña publicitaria de hace ya unos años que decía: "¡Adelante!" Y lo repito una y otra vez; "adelante. Adelante. Tú puedes." 

Siguiendo también los principios básicos de la Programación Neuro Lingüística, desde hace ya meses, he ido eliminando de mi vocabulario esos "tengo que" y transformándolos en "quiero" o, incluso, en "voy a"; procuro evitar los "no", los "siempre" y los "nunca" y sé que ese cambio en mi propio lenguaje está modificando mi forma de actuar y mis pensamientos. Lo sé. De hecho, no tengo la menor duda. Del mismo modo, también tengo claro que mi lenguaje corporal, mi Comunicación No Verbal, ayuda a ese proceso de transformación; conozco cómo he de andar para sentirme un poquito más segura, sé qué he de hacer para que me resulte más fácil acercarme a otro... Pero también sé que este es un camino largo y, que, en días como hoy, mi corazón no quiere levantarse. Tal vez sólo tenga que tomarse su tiempo...
   

viernes, 13 de abril de 2012

jueves, 12 de abril de 2012

Relajación en el aula

A continuación, os dejo un proyecto increíble para trabajar la relajación en el aula. Todo un mundo de emociones por descubrir... Un excelente trabajo.

Relajación y meditación en el aula

miércoles, 11 de abril de 2012

Mi verdadero "currículum"

Hoy, buscando material para mis nuevas clases, he acabado tratando de ordenar mis apuntes y carpetas; y digo "tratando" porque, debido a la cantidad que tengo, resulta toda una hazaña...

Ha sido entonces cuando, sin saber muy bien cómo, he encontrado mi currículum. 

No tiene fechas, ni títulos, ni experiencia, ni cursos. No. Se compone de 12 años de recuerdos; de cartas de mis alumnos en las que me felicitan por mi trabajo, de regalos hechos por ellos mismos con cartulinas y rotuladores de colores; de mensajes en los que me agradecen haberles ayudado en esos momentos complicados que tiene la adolescencia, de sonrisas, de aplausos, de fotos; de saludos sinceramente afectuosos después de nueve años sin verme. Se compone de notas pidiendo disculpas por un mal comportamiento; de un "no te vayas", de un "te echaremos de menos"; de una invitación a su graduación, de una petición de ayuda...

Ese es mi currículum.

Por eso, lo llevaré conmigo a la próxima entrevista de trabajo; llevaré aquella carta de Arancha, escrita con tinta rosa, en la que decía que "le había enseñado que la literatura movía el mundo", llevaré la notita de Pablo del día de los enamorados, preocupado por si no tenía a nadie con quien celebrarlo; llevaré la sonrisa de Luis, las disculpas de Belén, los reencuentros con Adrián y Lidia, las lágrimas de Susana, la amistad de Estíbaliz... Llevaré la mirada de Maria y el apoyo de Sara. Y de Gloria. Y de tantos otros...

Y probablemente no me den el puesto, pero, al menos, les habré mostrado cuál es realmente mi trabajo. 

martes, 10 de abril de 2012

lunes, 9 de abril de 2012

La alegría

Hoy me siento alegre. Ha salido el sol. Es lunes y no tengo que trabajar. ¡Y un montón de cosas más!

Y, ¿qué es eso de la "alegría"?, ¿qué es lo que realmente sucede cuando decimos que nos "sentimos alegres"?

Etimológicamente, la palabra "alegría" procede del latín "alicer-alicris" y, ya por entonces, significaba "vivo y animado"

La alegría se activa neurológicamente, según Tomkins, mediante un fuerte descenso de descarga neuronal y, así, se vivencia como una experiencia positiva, reforzante y placentera, que viene acompañada de sentimientos de bienestar, placer y confort. De esta forma, la mente y el cuerpo se encuentran en equilibrio pudiendo llevarnos a una sensación de bienestar y relajación e, incluso, a un aumento de la autoestima. Así, si nos sentimos alegres, la vida resulta más agradable ya que seremos capaces de contrarrestar experiencias vitales inevitables como la frustración, la decepción o el afecto negativo, en general.

Su origen puede ser muy diverso; se puede dar por el alivio de un dolor físico, de los problemas; por acontecimientos positivos, como puede ser el simple hecho de ser acariciado, o por aquellos que confirman el concepto de autovalía de la persona.

Física, o fisiológicamente, esta emoción se refleja mediante la disminución de la frecuencia cardíaca acompañada de un aumento de la actividad motora y, sobre todo, del llamado músculo zigomático (ese que hace que las comisuras de nuestra boca se eleven...). También, derivado del anterior, hace que aparezca en nuestra cara una sonrisa, o incluso la propia risa, que provoca, a su vez, cambios hormonales; igualmente, abrimos los ojos, la boca; aumentamos nuestra tensión muscular, etc.

Y, ahora, me pregunto yo: ¿no nos relacionamos mejor cuando sonreímos?, ¿no nos sentimos más animados cuando los demás lo hacen? La sonrisa es contagiosa. ¡Expandamos esa epidemia!





domingo, 8 de abril de 2012

Donde el corazón te lleve

"Y luego, cuando ante ti se abran muchos caminos y no sepas cuál recorrer, no te metas en uno cualquiera al azar: siéntate y aguarda. Respira con la confiada profundidad con que respiraste el día en que viniste al mundo, sin permitir que nada te distraiga: aguarda y aguarda más aún. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Y cuando te hable, levántate y ve donde él te lleve.” 
Susanna Tamaro. Donde el corazón te lleve.

Sintamos, paremos, aguardemos, respiremos... 

En muchas ocasiones, no es bueno precipitarse; sólo tomarse un tiempo para escuchar a nuestro corazón, para descubrir lo que realmente sentimos y queremos. Tal vez no nos diga lo que esperamos oír, y en nuestras manos estará el hacerle caso o no, pero, lo que está claro, es que sólo servirá para negarnos una verdad...

jueves, 5 de abril de 2012

Comunica con éxito

Comunica con éxito. Curso en Barcelona los días 20, 21 y 22 de abril

La importancia de la música

Había llegado allí cobijándose de una de esas tormentas veraniegas tan típicas de su ciudad. Al abrir la puerta del local, un fuerte olor a humedad y humanidad le frenó en seco. No, no sería conveniente quedarse ahí, en la calle; estaba calado hasta los huesos. Dejando de lado el asco que aquello le producía, abrió con fuerza la puerta y se dirigió a la barra.  Como siempre, un café con leche. En vaso. Leche caliente. Sacarina.

Mientras el portafolios que llevaba debajo de su axila izquierda trataba de escurrirse y caer al suelo, él miraba fijamente el vaso de café que, en la otra mano, tintineaba con la cuchara debido al temblor de su extremidad. Debía dejar de fumar... No, debía haber cogido una bandeja. Con pequeños y titubeantes pasos, se dirigió a la escalera para subir a la planta de arriba...

- "Bueno - pensó - al menos, ahí, al fondo, junto al ventanal, hay una pequeña mesa libre". Por fin podría estar un poco tranquilo.

Haciendo verdaderos malabares con el portafolios, el abrigo y el café que, en la hazaña de subir las escaleras se había derramado mojando el plato y el sobre de edulcorante, logró derrumbarse en una silla negra con la pintura descascarillada. No importaba. Estaba demasiado cansado para pensar en ello...

Como era de esperar, aquel era repugnante; aguado y sin ese aroma característico que te invade todo el cuerpo. 

Miró por el cristal empapado por la lluvia. Abajo, los transeúntes corrían de un lado para otro sin percatarse siquiera de la existencia de los demás; una mujer de edad avanzada trataba de sortear los charcos tirando de un carro de la compra. Llevaba en la cabeza una bolsa de plástico a modo de sombrero. Los niños, con sus botas de agua, intentaban chapotear en cualquier lugar de la acera donde la lluvia se hubiera estancado, mientras sus padres parecían prohibirles la inmensa diversión. 

Viendo todo aquello, el enfado que hasta ese momento había sentido, dio paso a un profundo sentimiento de desidia...

De manera automática, enchufó los auriculares a su reproductor de música; apartó a un lado el café todavía prácticamente sin probar y, cruzando los brazos sobre la mesa, apoyó su cabeza en ellos para observar con detenimiento. La melodía comenzó. En mitad de la plaza estaba ella. Una chica joven, de pelo moreno y largo, vestida con un pequeño impermeable y una falda roja. Luchaba contra su paraguas que, debido al viento que arreciaba, se había dado la vuelta y la dejaba al descubierto empapándole la melena... Mientras, trataba de que su falda de vuelo no se levantara. Probablemente, estaba llorando. 

Ante semejante espectáculo, cualquiera hubiera sentido lástima o pena. Él, escuchando aquella música, se enamoró. Sólo por unos instantes sintió ese amor por la anciana, por los niños, por los padres. Por la mujer de la falda roja. Y sonrío.

Tengamos cuidado con la banda sonora que le ponemos a nuestra vida. La música es esencial para nuestras emociones... ¿Cómo queremos utilizarla?




miércoles, 4 de abril de 2012

La emoción de la tristeza

Ayer, hablaba de la tristeza de forma personal y, quién sabe si por esa razón, hoy me siento en la "obligación" de escribir sobre ello de una manera más objetiva y academicista (siempre dentro de mis posibilidades que, por mis conocimientos y mi forma de ser, no creo que sean muchas...)

Bien, tal vez podríamos considerar que la tristeza, junto al enfado, es la menos "seductora" de las emociones; pero, la diferencia entre ambas es que, a veces, cuando sentimos la segunda de ellas y se nos "nubla la razón", podemos incluso llegar a pensarnos poderosos; pues, ¿quién no se ha crecido en un momento de enfado?, y, si no es así, ¿por qué los personajes de aquellos dibujos animados que veíamos cuando éramos pequeños, se hacían grandes y se curvaban ante su "presa" cuando se enfadaban? Sin embargo, la tristeza siempre ha estado asociada a lo negativo, a empequeñecernos; si vemos a alguien cabizbajo caminando por la calle, está triste, pero nunca se nos ocurriría pensarlo de una persona que anduviese con la espalda erguida y bien derecha... 

También el origen de ambas puede tener algo que ver; si bien es cierto que la tristeza surge por el distanciamiento, la separación o la pérdida del vínculo e incluye el sentimiento de ser dejado de lado o una sensación de no pertenecer, puede aparecer también cuando no nos sentimos capaces de expresar o comunicar nuestros sentimientos o, incluso, cuando tenemos la idea de fracaso o de desengaño. Y es en este último punto en el que coincide con el enfado.

La tristeza, provocada por cualquiera de los pensamientos citados con anterioridad, nos sume en un período de retiro y de duelo necesario para asimilar nuestra pérdida. Cuando esto surge, solemos reaccionar de diversas maneras: hay quien lo hace acercándose a otro en busca de auxilio y consuelo y, por el contrario, los hay que prefieren retraerse en sí mismos para recuperarse de la pérdida. Cualquier opción es buena; no hay una mejor que otra. Lo importante es que esa actuación, la que nosotros elijamos, nos ayude a realizar los ajustes psicológicos apropiados para establecer nuevos planes que permitan que nuestra vida siga adelante. Y esto lo conseguiremos enfrentándonos al dolor. Debemos permitírnoslo, aceptarlo, experimentarlo y, muy importante, expresarlo para poder llevarlo a su fin.

Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional habla de un estudio de Diane Tice, psicóloga de la Case Western Reserve University (California), en el que se preguntó a más de cuatrocientas personas sobre las diferentes estrategias que utilizaban para superar los estados de ánimo angustiantes y sobre el grado de éxito que éstas les procuraban. Finalmente, Tice hace hincapié en la variedad de estrategias que tenemos para afrontar la tristeza y que, al igual que ocurre con cualquier otro estado de ánimo, la tristeza tiene sus facetas positivas.

Aún así, y sabiendo que la emoción de la tristeza es útil y nos hace avanzar en nuestra vida, es necesario aprender a gestionarla ya que, en ocasiones, cuando dejamos de controlarla, se convierte en una fuerte carga emocional llamada melancolía a la que, en los últimos años, denominamos "depresión". Y ésta sí que no resulta nada útil... 

De esta forma, permitámonos llorar, sufrir el duelo, sentirnos tristes, expresar esa emoción, gestionarla, aprender de ella y levantarnos como el Ave Fénix para alzar el vuelo hacia nuevas y maravillosas metas... 

martes, 3 de abril de 2012

La tristeza

La tristeza, junto a la alegría, la sorpresa, el asco, el miedo y el enfado, es una de las emociones básicas de todo ser humano. 
Hoy, es la que predomina en mí. Y sólo por eso, porque es mía, motivada por mis vivencias y pensamientos, no voy a recurrir a teorías o estudios sobre cómo se produce y qué es lo que conlleva. No. Prefiero dejar un pequeño poema que expresa uno de los innumerables sentimientos que ahora invaden mi cuerpo, mi mente y mi alma.


 
                Piénsame.
                En esas noches tristes, oscuras y sin luna.
                Piénsame.
                Cuando el astro Sol ilumine tu cabello.
                Piénsame.
                Cuando sueñes. Cuando vivas.
                Piénsame.
                Piénsame en los momentos de alegría.
                Piénsame cuando te invada la tristeza.
                Piénsame.
                Piénsame si recuerdas estos días.
                Piénsame si sigues tu camino.

                Y, después, solo después de todo ello,
                aléjame de ti hasta que muera.

                       

lunes, 2 de abril de 2012

Curso vivencial de Inteligencia Emocional

Este pasado fin de semana, he tenido la suerte de poder asistir al Curso vivencial de Inteligencia Emocional, impartido por Emotiva Cpc.

Durante estos dos días, he construido una casa basada en cuatro grandes pilares: el del autoconocimiento; el de la autorregulación de las emociones; el de la automotivación y, por último, el de la empatía y las habilidades sociales. Es cierto que, tal vez, todavía es casa es un poco bajita y algo inestable, pero, poco a poco irá adquiriendo la fortaleza necesaria para que nada ni nadie sea capaz de derribarla.

También he comprendido, con la ayuda de unos estupendos compañeros, que en la vida estamos continuamente jugando a hacer distintos papeles (el de "el débil", "la superwoman", "la mamá"...) y que eso no es malo, ¡siempre y cuando sea porque nosotros queramos!; que las emociones se viven de forma distinta en cada persona porque vienen precedidas de vivencias y experiencias propias; que en cada uno de nosotros existen un montón de fortalezas que, aunque algunas de ellas no las sintamos en la actualidad como nuestras, en otras ocasiones las hemos empleado para superar situaciones difíciles. Y que todavía quedan muchas por mejorar... 

Tengo unas gafas nuevas de cartulina, moradas, con soles, mariposas, corazones y delfines; unas gafas que emplearé para ver las cualidades de los demás y para ser capaz de ponerme en su lugar; también tengo una nueva caja llena de mensajes positivos de los cuales cogeré uno cada mañana como propósito del día; tengo una pelota con una enorme sonrisa dibujada en ella que me hará rememorar todas las que he recibido y dado durante estos días y que, por supuesto, hará que recuerde todas las que ofreceré en mi futuro.

Y he comprendido que el corazón de una persona es como un folio al que arrugamos con cada mal gesto hacia ella, con cada insulto, con cada menosprecio... Y esas arrugas son irreversibles. Y ese folio, ese corazón, quedará marcado para siempre. Tal vez deberíamos planteárnoslo antes de decir o hacer algo en un momento de enfado...

Ahora sólo puedo dar las gracias. Gracias a esas personas que han compartido conmigo sus sentimientos y experiencias, que han dado junto a mí ese nuevo paso en el camino hacia el  autoconocimiento interior. Y gracias a Cristina y Mari Carmen, por sus sonrisas, su entrega y, por supuesto, sus abrazos. 

GRACIAS