Todos, incluso el más activo y, utilizando un adjetivo tan de moda, "estresado", buscamos la tranquilidad. Todos ansiamos ese estado de calma y paz que nos lleva a la serenidad y al bienestar con nuestro propio cuerpo y mente. Continuamente escuchamos consejos bienintencionados de los demás diciéndonos qué es lo que debemos hacer para hallarla: "descansa", "vete de viaje", "aparca el trabajo", "disfruta de los placeres de la vida"..., pero, el problema es que sólo nosotros mismos podemos descubrir el lugar y la manera de encontrarla.
Yo sé que, para mí, ese lugar está en el mar. Donde ahora me encuentro. Siento que sólo con mirar su inmensidad, el ir y venir de las olas, con escuchar el suave sonido que llega a mis oídos cuando rompen en la arena, una inmensa calma invade mi ser. También sé que esta sensación, que esta paz del alma de la que hablaba Séneca, sólo la encuentro cuando estoy cerca del reino de Poseidón, y que dentro de unos días, cuando nos despidamos y vuelva a mi lugar, resultará más difícil hallarla. No obstante, la llevaré en mi interior, consciente de que existe, de que soy capaz de sentirla; y, así, cuando necesite de nuevo recuperarla, me sentaré tranquilamente, cerraré los ojos y podré vivirla una vez más.
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